Estudios de Lingüística del Español (ELiEs)
Cortesía y descortesía: teoría y praxis de un sistema de significación / Alexandra Álvarez Muro


3. Identidad y cortesía

Usemos siempre de palabras y frases de
cumplido, de excusa o de agradecimiento, cuando
preguntemos o pidamos algo, cuando nos importe
y nos sea lícito contradecir a una persona, y
cuando se nos diga alguna cosa que no sea
agradable... (Carreño, 1999:191)

La cortesía es un contrato recíproco en el que los participantes en una interacción construyen y defienden mutuamente su rostro. Quienes fundamentan la cortesía en el concepto de imagen se basan en la idea de que los hablantes adultos de una sociedad tienen una imagen favorable o rostro que quieren construir y conservar, y saben que los demás también lo tienen. El rostro se compone, en la teoría de Goffman (1967), de una serie de deseos que se satisfacen solamente a través de las acciones de otros, incluyendo la expresión de estos deseos40.

El término rostro (face) puede definirse como el valor social positivo que una persona efectivamente reclama para sí misma a través del guión que otros asumen que ha representado durante un contacto determinado. El rostro es una imagen de sí mismo, delineada en términos de atributos socialmente aprobados: una imagen que otros pueden compartir, como cuando una persona hace una buena exhibición de su profesión o religión, haciendo una buena exhibición de sí mismo. (Goffman 1967:5)

El concepto de face responde sólo al lado favorable de la imagen. La imagen, individual o colectiva, está orientada hacia la instancia de la recepción y de la manifestación de lo personal o lo social, como una suerte de espectáculo o simulacro que se construye para ser contemplado y negociado con el Otro. La imagen tiene un origen discursivo porque es como un guión (line) que se representa: “un modelo de actos verbales y no verbales a través de los cuales expresa su visión de la situación y, a través de ella, su evaluación de los participantes, y especialmente de sí mismo” (Goffman 1967:5).

El esfuerzo de cooperación entre los hablantes obedece a la vulnerabilidad del rostro. Cada actor social trabaja para conservar esta imagen y para mantenerla resulta imprescindible que los interlocutores contribuyan recíprocamente a que no se destruya; (Goffman 1967). La violación de esta imagen, o rostro, se sanciona con un conflicto, o sea un tipo de interacción marcada, valorada negativamente por sí misma y que está en contra de las normas generalmente aceptadas (Haverkate, 1994:19). Es la función de la cortesía tratar de evitar la violación de esta imagen. Los “incidentes” son incompatibles con las normas sociales y se consideran amenazas, porque crean un estado de “desequilibro ritual o desgracia” que obliga a su pronta reparación (Goffman 1967: 19).

La imagen tiene carácter simbólico y por ello puede encarnarse en un individuo de carne y hueso. Es el caso de autoridades tales como reyes, presidentes, embajadores quienes, cuando están en funciones, representan a sus países. De ahí que un agravio a la persona se considere también como un agravio al país, de la misma forma como la lesión del símbolo patrio (la bandera, por ejemplo) es una ofensa al país. También la Constitución personifica al país metonímicamente y entonces contravenir a alguna de sus leyes es también ofender al país. Esto sucede no solamente porque se incumpla el contrato que ella significa, sino porque ella también tiene carácter sagrado. Seguramente tiene está sacralización –de la imagen y del símbolo patrio– un elemento totémico: “Tiene pues también el hombre algo de sagrado” (Durkheim 2001.127)

La cortesía pone a salvo, según Brown y Levinson (1987), los límites del campo de acción de cada uno pero también el deseo de cada cual de ser apreciado por los demás, es decir, las imágenes negativa y positiva de la persona; se habla, entonces, de cortesía positiva o negativa. El protocolo hace lo propio con la imagen de cada nación. Según Hernández Flores (2004), estos autores no toman en cuenta la imagen del hablante cuando tratan de las estrategias corteses, dado que

[...] la imagen del hablante se ve afectada de la misma manera que la del destinatario, pues si bien la cortesía trata de satisfacer los deseos de imagen del otro, al mismo tiempo está satisfaciendo los propios.” (p.95).

Esto no significa, según Hernández Flores, que la actuación del sujeto responda sólo a la satisfacción interesada de sus propios deseos de imagen, pues es necesario –para que una actividad de imagen se pueda considerar como de cortesía– que satisfaga también los deseos de imagen del otro. Para Hernández Flores se trata de lograr un beneficio mutuo, un equilibrio de la imagen del hablante y del destinatario. De ahí también que la propuesta de la autora suponga que este equilibrio sea una situación ideal, “un modelo de comportamiento comunicativo al que aspirar”. (p.100)

Los conceptos de cortesía positiva y negativa de Brown y Levinson (1987) generan cierta confusión a partir de la redefinición que hacen estos autores de las nociones goffmanianas de territorio y rostro (face) como caras negativa y positiva de la imagen; sobre todo porque la noción de imagen positiva, entendida como persona en el sentido de personaje que tenía en el teatro griego, trasciende el rostro (face). La imagen que tiene una persona o un grupo puede ser, de hecho, desfavorable.

Kerbrat-Orecchioni (1991) afirma que la cara negativa de la imagen corresponde a lo que los etnólogos llaman el territorio del yo (corporal, espacial, temporal, bienes y reservas, materiales o cognitivas) y la cara positiva corresponde al narcisismo y recubre el conjunto de las imágenes valorizadoras que los interlocutores construyen y buscan imponerse ellos mismos en la interacción. La autora enfatiza que en la interacción se encuentran las dos caras del interlocutor:

Notemos primero que los objetos comúnmente llamados particularmente por Goffman "territorio" y "rostro" son rebautizados por Brown y Levinson, respectivamente como "imagen negativa” e "imagen positiva". Esta innovación puede ser inapropiada porque sugiere la existencia de una relación de oposición entre las dos nociones, cuando no la hay: las imágenes "negativa" y positiva" no son contradictorias, sino complementarias: ellas representan dos partes igualmente fundamentales de todo ser social. Además, los términos de Goffman están mejor motivados, porque la metáfora del territorio es más expresiva y el sentido técnico de "rostro" reencuentra lo que la lengua original le confiere a esa palabra en expresiones como "cuidar" o "perder" la imagen. (Kerbrat Orecchioni 1991: 42)

Bravo (1999, 2004) ha propuesto dos conceptos que resolverían el problema de la nomenclatura, si se logran imponer en los estudios sobre el tema. Para esta autora, hay dos contextos socioculturales conocidos, aceptados y practicados en una comunidad; las características de estos conceptos están relacionadas con los deseos de los hablantes, los cuales pueden incluirse en dos categorías generales llamadas imagen de autonomía e imagen de afiliación (Bravo 1999). Con la primera cara de la imagen, el individuo cumple el deseo de verse y ser visto como alguien con contorno propio dentro del grupo, lo que lo hace especial y lo diferencia de aquel; con la segunda, el individuo cumple, por el contrario, con su deseo de verse y ser visto según las características que lo identifican con su grupo.




Notas

40 Según Perelmann y Olbrecht-Tyteca (1994), la persona tiene dos aspectos, uno de ellos reposa sobre la idea de su estabilidad y descansa en su nombre, en su designación por medio de ciertos rasgos que le pertenecen (el avaro de vuestro padre), en los epítetos (Carlomagno, el de la barba florida). Pero a la vez a esta estabilidad, que le impediría en cierto modo su libertad, se opone a sus actos, a su posibilidad de cambiar, de ser libre.





Estudios de Lingüística del Español (ELiEs), vol. 25 (2007)   
 ISSN: 1139-8736