Estudios de Lingüística del Español (ELiEs)
Cortesía y descortesía: teoría y praxis de un sistema de significación / Alexandra Álvarez Muro


3.2 La construcción de ego

L'enfer, c'est les autres.
(Jean Paul Sartre)

Antes de entrar en el problema de la cortesía positiva o valorizante, abordaremos aquellos desacuerdos, ya mencionados, que tenemos con el tratamiento que se hace normalmente del concepto de imagen positiva. La idea de distinguir las caras positiva y negativa de la imagen derivan de la concepción de ritual –positivo y negativo, en el sentido religioso– como acercamiento y distanciamiento, respectivamente, del mundo sagrado. El acercamiento se da en la fiesta, la ofrenda, el don; mientras que el alejamiento se observa en el respeto del territorio y el tiempo sacralizados (véase Durkheim 2001). Goffman lleva la idea del ritual al mundo cotidiano y formula así su teoría sobre la imagen positiva y negativa del ser humano; una imagen que se da en la interacción.

Ahora bien, en la teoría de la cortesía de Brown y Levinson (1987), la imagen positiva lleva en sí el deseo de ser apreciado, amado, tomado en cuenta por los demás, lo que se logra cuando la imagen personal coincide con las normas del grupo; pero esto no siempre es así, porque puede darse una imagen deteriorada, como se da entre aquellos que llevan alguna marca no aceptada, un signo corporal malo o poco habitual, un estigma (Goffman 1963: 11). El logro de la comunicación se muestra cada vez más como premisa para la cortesía y el comportamiento social adecuado. El estigma se relaciona con la evaluación desfavorable del grupo y equivale a no tener un rostro válido para el grupo. Goffman (1963) afirma que los enfermos mentales son interactuantes deficientes:

Podemos ya señalar el rasgo central que caracteriza la situación vital del individuo estigmatizado. Está referido a lo que a menudo, aunque vagamente, se denomina "aceptación". Las personas que tienen trato con él no logran brindarle el respeto y la consideración que los aspectos no contaminados de su identidad social había hecho prever y que él había previsto recibir; se hace eco del rechazo cuando descubre que algunos de sus atributos lo justifica (p. 19)

El estudio de las enfermedades mentales revela la importancia que para los encuentros tiene el gobierno del cuerpo: el gesto, los movimientos corporales y la postura; así como la coordinación mutua de interacción por el tacto y el respeto de las necesidades y demandas del otro (Giddens 1984, en López Lara 2003). Los enfermos mentales no se atienen al gobierno del cuerpo en extremo riguroso (y continuo) que se exige de "individuos normales"; no respetan los secretos de las fórmulas que rigen la constitución, el mantenimiento, la interrupción o la suspensión de encuentros y fracasan en respetar las variadas formas de tacto en que se sustenta la confianza" (Giddens, 1984: 112). Temple y Kroger (1999) describen en este sentido las consecuencias del mal de Alzheimer sobre la capacidad de comunicar y participar en la interacción social.

Decir que la persona es una máscara, en el sentido goffmaniano, es reconocer que la gente siempre juega un papel. Según Goffman, la máscara, por ser la concepción que hemos formado de nosotros mismos, nuestro ideal de persona, es entonces nuestro yo verdadero, el yo que quisiéramos ser (Goffman 1959: 19). Es por ello que se dan casos de reparación de la imagen a gran escala, como los que se encuentran en la labor que cumple el abogado en el juicio. Paredes (2003 22) sostiene que

El abogado litigante se propone, algunas veces sin saberlo, un trabajo semiótico valorativo de la identidad de su cliente con la intención de dibujar una nueva silueta discursiva que le permita hacer el debido simulacro ante su auditorio […] La primera ocupación del litigante estará orientada a definir la nueva identidad que habrá de acompañar al sujeto que defiende o ataca.

Según Paredes, esto se debe a que la sociedad no admite dentro de su seno al individuo que carezca de un yo fuerte, desarrollado y libre, por lo que el abogado contribuye o bien a que el acusado sea expelido de la misma, guardándolo en prisiones, o bien cambia su identidad y procura "construir un sujeto con nueva identidad para ser endosado a la sociedad" (Paredes 2003: 24).

La imagen positiva desborda, como vemos, la cortesía positiva, que puede traducirse en español como amabilidad, e identificarse con el deseo de acortar la distancia entre los interlocutores como una estrategia de amar para ser amado. Brown y Levinson (1987) consideran que la cortesía positiva está encaminada a la satisfacción de la necesidad del individuo de ser aprobado por el otro. Pero así como Eelen (2001) critica que las teorías de la cortesía omiten hablar de la descortesía, la dificultad aquí surgida parece referir a la omisión de la imagen desfavorable.

El meollo de la confusión parece radicar, como señalamos anteriormente, en que se identifica la cortesía positiva con construcción de una imagen favorable y relacionada con un ideal de persona; esto, sin embargo, no es válido para todas las culturas sino, antes bien, para la cultura adulta occidental. Zimmermann (2003) señala cómo los valores difieren para las culturas juveniles occidentales, al menos, que buscan crear y crearse una imagen antinormativa. En efecto, en estas culturas, el insulto también tiene una función en la constitución de la identidad. De esta manera podemos concluir, con Zimmermann, diciendo que "lo que llamamos cortesía es apenas una parte de la gestión de identidad, que es una tarea necesaria, implícita y continua de los interactuantes (2003:50).

El modelo de Brown y Levinson (1987) ha sido criticado por centrarse en el lado negativo de la imagen, el más valorado en la cultura occidental. Muchos actos que para estos autores son amenazadores, no parecen serlo en otras culturas (Gu 1990, Ide 1987, entre otros). Por ello, Kerbrat-Orecchioni (2004) introduce, en el modelo propuesto por Brown y Levinson, la noción de face flattering acts (FFA), actos agradadores de imagen relacionados éstos directamente con la cortesía positiva. Con ello reestablece la universalidad del modelo, aunque no la de sus manifestaciones.

“Todo acto de habla puede entonces ser descrito como un FTA, o un FFA, o un complejo de estos dos componentes. Correlativamente, dos formas de cortesía pueden distinguirse sobre esta base: la cortesía negativa, que consiste en evitar un FTA, o en suavizar su realización por algún procedimiento (por así decirlo, equivale a “no te deseo el mal”); y la cortesía positiva, que consiste en realizar algún FFA, de preferencia reforzado (equivale a “te deseo el bien”). Entonces, el desarrollo de una interacción aparece como un incesante y sutil juego de balancín entre FTAs y FFA; por ejemplo:
(1) Cortesía negativa: A comete contra B alguna ofensa (FTA), que inmediatamente intenta reparar por medio de una excusa (FFA). Cuanto mayor es el peso del FTA (peso que sólo se evalúa en relación al cuadro comunicativo dentro del cual se inscribe el acto en cuestión), tanto más debe ser importante el trabajo reparador.
(2) Cortesía positiva: A presta a B algún servicio (FFA), y entonces le toca a B producir, a su turno, un FFA (agradecimiento u otra gentileza), de restablecer el equilibrio ritual entre los interactuantes (es el sistema del “toma y daca”, o “servicios prestados recíprocamente”). Cuanto más importante es el FFA, tanto debe serlo igualmente el FFA recíproco. (p 43-44)

Con esta distinción, Kerbrat-Orecchioni (2004) resuelve felizmente muchos de los problemas que presenta el modelo más conocido sobre la cortesía, porque llena una laguna teórica, pero también una carencia práctica que dificultaba su aplicación en muchas culturas.

Para Bravo, los deseos de los hablantes pueden incluirse en dos categorías generales llamadas imagen de autonomía e imagen de afiliación (Bravo 1999). La primera contempla el deseo del individuo de verse y ser visto como alguien con contorno propio dentro del grupo, es decir, se refiere a todo lo que le diferencia de éste; la segunda se refiere al deseo de verse y ser visto por las características que lo identifican con su grupo. (Bravo 2003:206)

Puede hablarse entonces de cortesía mitigadora –de carácter negativo, generada por el peligro que representan las amenazas a la imagen del interlocutor y de cortesía valorizante –de carácter positivo–. La primera está centrada en la abstención, mientras que la segunda, la cortesía valorizante, está centrada en el acercamiento. Albelda (2004) reconoce como expresiones valorizantes ¡qué mona! ¡qué graciosa!, está hecho un artista, seguro que está riquísimo. Por su parte, Haverkate (2004) contempla, entre los actos de cortesía positiva o valorizante, el agradecimiento y el cumplido.

Entonces, y de la misma forma como en nuestro modelo inicial incorporamos cortesía y descortesía como las caras marcadas de la cortesía y no-cortesía, y no-descortesía como las caras no-marcadas de la competencia social, deberíamos también, en lo que respecta a la construcción de la imagen, comprender que en el juego de la cortesía hay un trabajo que tiende a la construcción consciente, marcada, de la imagen ideal –o a su destrucción–; mientras que la imagen no-intencional y no-marcada que se da en la interacción social cotidiana nada tiene que ver con el topos de la cortesía.

Hechas estas aclaratorias, proseguiremos a describir, en el corpus de estudio, la forma en que los merideños construyen su imagen. Veamos cómo se fabrica un rostro favorable a partir de la cortesía positiva. Revisaremos dos maneras encontradas en el corpus: i) En primer lugar, a través del uso de fórmulas de cortesía, un tipo de marcador de interacción; ii) en segundo lugar, como ya lo adelantamos, a través de la reparación del entuerto.

En el corpus de Mérida, se favorece la cortesía positiva o valorizante más que la negativa o mitigadora. Es lógico, por esta razón que se encuentren muchos marcadores de cortesía, tales como gracias, Dios me le pague, disculpa, perdóname, que Dios lo oiga. Esto ocurre en trechos en que los hablantes son conscientes de la grabación, como en trechos de la misma donde, por un malentendido, creen que ésta ha concluido y siguen conversando. El uso de estos marcadores presenta a la persona que los usa como bien educada, como cortés, de una manera muy económica y muy rápida.

La necesidad de defender el rostro hace que los hablantes prevengan posibles daños a través de una desfavorable evaluación por parte del otro. Esto se observa en el ejemplo (31) donde el entrevistado busca reemplazar el hecho de no haber estudiado con su experiencia, resaltando su capacidad de “arrimarse a buen árbol”.

(31).... soy una persona que no tuve ni ni ni...una educación, de decir “yo tengo primer grado”
Inv.: Mjm.
Hab.: ...porque no lo tengo, pero... yo... hasta ahorita con mi experiencia y con... mi angustia de... de saber lo que... no pude aprender, en mi juventud... pues... siempre he obtenido... mucha e... sabiduría... porque... he sido la persona que me ha gustado... lo que llamamos nosotros en criollo “arrimarme al árbol que da la buena sombra”...(MDC3MA)

La imagen, como dijimos anteriormente, puede también implicar cualidades que no serían tan buenas, pero que los hablantes ensalzan; así por ejemplo ser tremendo o travieso parece formar parte de esas características que se convierten en deseables como en (320) y (33). El término de imagen positiva no deja de ser equívoco, puesto que puede referirse a características desfavorables.

(32) ...sí yo era muy tremenda, yo me encaramaba en la finca, en los árboles...y después me tiraba y me rompía las piernas.... (MDA1FA)

(33) ...y tercer año lo estudié en La Inmaculada, allá éramos un poquito más traviesas (MDA3FA)





Estudios de Lingüística del Español (ELiEs), vol. 25 (2007)   
 ISSN: 1139-8736