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1.3.3.1. Terminografía prescriptiva y descriptiva
A la hora de hacer referencia a cualquier actividad terminográfica que pretenda fijar un uso determinado de la ul especializada, tarea que parece en principio difícil si no imposible, surge cierta confusión en torno a la utilización de los términos prescripción, normalización, estandarización, unificación y armonización.
Organismos como aenor (Asociación Española de Normalización y Certificación) a nivel nacional, o iso (International Organization for Standardization) a nivel internacional, prescriben ciertas reglas que han de ser seguidas no sólo en materia de terminología, sino también en cuestiones tan diversas como puede ser la de una cadena de producción de materiales de construcción. Las une, nombre que reciben las normas dictadas por aenor, serán por tanto prescriptivas, de obligado cumplimiento para el colectivo a quien va dirigida, de tal forma que si un producto no las cumple será retirado del mercado. Aparte de iso y sus representantes nacionales aenor (España), afnor (Francia), din (Alemania), elot (Grecia) o ansi (EE UU), entre otros, también existen otros muchos organismos internacionales en cuyo seno trabajan unidades de normalización, como la Organización de Naciones Unidas (onu), la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (unesco), la Unión Europea (ue) o la Organización Mundial de la Salud (oms). Específicamente, en la normalización lingüística y terminológica actúan la European Commission Terminology Unit, encargada de la compilación y mantenimiento de eurodicautom (§3.5.3.5) uno de los más importantes bancos terminológicos, y de euramis (European Advanced Multilingual Information Services). Además existen cuatro grandes centros de investigación terminológica, infoterm, TermNet, gtw y iitf. En el caso de España, contamos con termcat, organismo de normalización lingüística en Cataluña, y uzei, en el País Vasco. La normalización terminológica es importante en nuestro ámbito de estudio, la oncología, que se encuadra dentro de la terminología biomédica en donde existen propuestas tales como la cie (Clasificación Internacional de Enfermedades) (§4.2.1.1) propuesta por la oms y el umls (Unified Medical Language System) (§4.2.1.2) creado por la National Library of Medicine de EE UU.
Sin embargo, no se puede obviar el hecho de que las normas terminográficas no se limitan a las aprobadas por los distintos comités internacionales de normalización, de la misma forma que tampoco todas ellas tienen el mismo peso regulador ni la misma importancia. Por esto, en contraposición al concepto de prescripción, el calificativo de normativo o estandarizador haría referencia, por ejemplo, a las reglas internas de uso terminológico establecidas por una empresa como puede ser el uso de comando en lugar de orden en la traducción al español de programas multimedia. También recibirían el calificativo de normativo aquellos usos que se hayan establecido como práctica común entre la comunidad de expertos en un determinado dominio de especialidad como puede ser el caso del Index Medicus, recogido en el MeSH (§4.2.1.1) de la National Library of Medicine de EE UU, que se ha erigido como el vocabulario-descriptor internacional en el dominio biomédico.
De esta forma, según Irazazábal (1996: 1, 2) la actividad recibe el calificativo de prescriptiva o normalizadora en función del organismo o entidad que dispone dichas directrices. La terminología prescriptiva pues no siempre es normalizadora; las reglas existentes no aseguran necesariamente su cumplimiento en la mayoría de las actividades o productos resultantes. En esta misma línea, Wright (1997b: 197) apunta que la mayoría de las veces estas normas no son suficientes o no se hacen respetar en empresas a nivel interno, con el consiguiente desorden, inconsistencia terminológica y aparición de nuevos términos para los mismos conceptos, lo que lleva consigo la confusión en el usuario que no forme parte de los profesionales de dichas empresas.
Dejando a un lado la diferencia entre prescripción y normalización, Cabré (1999: 49) hace una distinción nocional entre unificación y armonización, asunto clave para el tratamiento del intercambio comunicativo. Según esta autora la unificación se entiende como un proceso de reducción a una posibilidad, mientras que la armonización pone en correlación dos posibilidades, las hace concordar y establece su equivalencia. Por lo tanto, los conceptos de armonización y unificación se utilizan en el campo de la comunicación internacional, que a su vez, se ha de establecer sobre la base de un plurilingüísmo y no de un monolingüísmo. Mientras que la unificación, desarrollada sobre la base de un patrón de referencia que es sistemáticamente dominante, tiende a difuminar la diversidad, la armonización tan sólo reconocería dicha diversidad sin hacer prevalecer de forma artificial un patrón sobre otro (Cabré 1999: 289). Sin embargo, Irazazábal (1996) no restringe el concepto de armonización al ámbito de la comunicación interlingüística y así la define en la misma línea que Cabré, pero añadiendo la posibilidad de ubicar este concepto en el marco de una misma lengua:
Se entiende por armonización la búsqueda de correspondencia de términos, unidades fraseológicas y otras unidades, unas con otras, tanto en el seno de una misma lengua, como entre las distintas lenguas, teniendo en consideración los fenómenos de variación (sinonimia, niveles de lengua, variantes geográficas, etc.) (Irazazábal 1996: 2).
Indudablemente, en la práctica terminográfica se debe perseguir la armonización, con la existencia de formatos estándar para la transferencia de información (§4.5), en contraposición a la unificación que sólo se traduce en desequilibrio y confusión. Se ha de favorecer la diversidad como signo de identidad y respetarla para que muchas de las actividades que actualmente se califican de armonizadoras, lo sean realmente (Cabré 1999: 53). Los recursos más visibles de armonización en terminografía son las normas internacionales elaboradas por el Comité C-37 de la ISO, entre las que encontramos normas de terminología y normas sobre terminología (Cabré 1999: 51). Otros intentos de armonización de la planificación los constituyen los informes y resultados recopilados en el programa pointer de la Unión Europea, cuyo objetivo era el de diseñar una infraestructura terminográfica para los países comunitarios (Pérez Hernández 2000: 147).
Es indudable que la terminografía prescriptiva o de tendencia reguladora juega un papel fundamental en el mercado; organismos regionales, nacionales e internacionales aúnan fuerzas para comercializar productos de una manera homogénea favoreciendo así la calidad del producto. Aunque la globalización económica y cultural contemporánea impone la uniformización en el pensamiento y la expresión 13, la difusión del conocimiento a través de la enseñanza y los medios de comunicación ha descontrolado el contexto en el que la normalización terminológica se desenvolvía (Cabré 2000: 10). Además, a esta uniformización, sobre todo a nivel expresivo se hace frente desde las sociedades que quieren mantener su identidad lingüística. Por tanto, por mucho que las instituciones lo intenten, siempre habrá términos sobre los que no podrán ejercer su normativa, ya que dependen estrictamente del mercado, la empresa o incluso el cliente.
Así, para Sager (1990: 212) la normalización terminológica debe seguir los dictados del uso de los especialistas y, por supuesto, este seguimiento no puede llevarse a cabo si la labor terminológica descriptiva no se realiza de forma exhaustiva y si no se habilitan canales de comunicación fluidos entre especialistas, terminólogos descriptivos y organizaciones normalizadoras. De esta falta de comunicación entre usuarios de terminología y organizaciones terminológicas se hacen eco Ahmad et al. (1994) cuando señalan que la terminología estandarizada está idealizada y no siempre refleja el uso real de la lengua. En esa misma dirección apunta Pearson (1998: 16) al afirmar que la visión estática de los términos que ofrecen la mayoría de los repositorios terminológicos normalizados no sirve para dar cuenta de las múltiples ocasiones en las que los especialistas extienden, reutilizan o simplemente abusan del significado de determinados términos ni de los cambios a los que, debido tanto a la evolución lingüística como a la evolución tecnológica, pueden verse sometidos los términos que designan los conceptos.
De todo lo anteriormente expuesto, se puede deducir la necesidad de un estudio terminográfico descriptivo, sistemático y dinámico, que permita el fácil acceso a cualquier grupo de trabajo interesado y que pueda dar cuenta de las diversas necesidades del usuario entre los que se encontrarán traductores, documentalistas, proyectos de traducción automática, de construcción de bases de datos terminológicas, de elaboración de glosarios, clasificaciones, nomenclaturas, etc. Así, el traductor, por ejemplo, será el que en última instancia tome las decisiones oportunas barajando todos los aspectos que influyan en la situación comunicativa del proceso de traducción. El terminógrafo aportará opciones justificadas en lo que se refiere a la descripción de las ul especializadas y el traductor tomará las decisiones que crea más afortunadas, según cada situación. De entre las variables que entran en juego en la mente del traductor, la lengua de trabajo es tan sólo una más, con una importancia que siempre dependerá del contexto visto en su totalidad (Muñoz Martín 1995: 82).
Por tanto, en un trabajo descriptivo el objetivo es documentar todos los términos utilizados para designar los conceptos de una disciplina. Su propósito no es normalizar el uso sino recoger aquellos términos que aparecen o se sugieren para un concepto determinado (Wright 1997b: 201). Es el propio discurso el que proporciona al terminólogo la información cognitiva necesaria sobre el ámbito de conocimiento. El resultado de un trabajo de este tipo es un listado amplio de unidades de conocimiento de distintos grados de lexicalización, que incluyen unidades terminológicas, fraseológicas y contextos específicos, que presentan un índice importante de variación formal de diferente tipo entre los que el usuario tendrá que elegir de acuerdo con parámetros de corrección y adecuación al discurso especializado (Cabré 2000: 7).
En nuestro trabajo de investigación utilizaremos, siguiendo la terminología de De Bessé (1997), términos in vivo o, lo que es lo mismo, términos reales (Cabré 2000: 10). Servirán para nuestro análisis términos que se utilizan de facto tanto en la literatura especializada como en el discurso oral o escrito diario de los profesionales expertos en oncología; de la misma manera que en el caso de que haya dos términos para designar un concepto, el objetivo será describir y nunca normalizar el uso. Esto contrasta con la tendencia prescriptiva de las entidades dedicadas a la normalización en donde se trabaja con términos in vitro (De Bessé 1997) o estandarizados (Cabré 2000), aislados de contexto. En este sentido, podemos decir que mientras los documentos especializados son fuentes de la terminología viva, porque responden al uso real de la terminología por parte de los especialistas (Irazazábal 1996, Faber 1999), las entradas terminológicas en glosarios, vocabularios, diccionarios, etc. son “the in vitro image of the term” (Dubuc y Lauriston 1997: 80)14.
Notas
13 Esta misma idea la aplicamos a la hora de estudiar el fenómeno del calco que surge dentro del ámbito especializado (Montero-Martínez et al. 2001).
14 En este sentido, García de Quesada (2001) y Márquez Linares et al. (2000) postulan que el concepto de entrada es obsoleto, ya que reflejaría la concepción in vitro de la terminología y proponen un modelo de definición más dinámico, basado en relaciones conceptuales que el usuario puede convocar creando una entrada a su medida (§2.3.3.2).
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