Estudios de Lingüística del Español (ELiEs)
Cortesía y descortesía: teoría y praxis de un sistema de significación / Alexandra Álvarez Muro


2. Normas de la cortesía

Se reconoce fácilmente a una persona cortés
cuando se comporta de manera descortés
Baron von Knigge

Hemos situado el comportamiento social, siguiendo a Saussure, como un sistema subsidiario del sistema lingüístico. Este sistema está subordinado al lenguaje humano porque, en el lenguaje, el sistema simbólico por excelencia, está la base de todas las instituciones sociales: para que haya hechos institucionales debe existir al menos una forma primitiva de lenguaje, por lo que el lenguaje goza de primacía lógica sobre las demás instituciones (Searle 1997: 75). Esta aseveración se basa en la premisa de que el lenguaje es un hecho social, exterior a la conciencia humana individual: su existencia no depende de la conciencia de un sólo individuo, ni de su psicología personal (Durkheim 1993).

Como sistema semiótico, el comportamiento social vendría a representar un modelo virtual cuyo esbozo intentamos en la sección anterior. Asimismo, existe una norma; es decir, un modo potencial formado por reglas, y un uso constituido por la realización de este sistema; esto es, finalmente, lo que percibimos como participantes en la comunicación. Esta norma abarca la cortesía y la no-cortesía, que hemos llamado competencia social. Aquí nos abocaremos a estudiar la primera, objeto de este libro, y que distinguimos de la segunda por ser el comportamiento marcado que propone un control del afecto y una elaboración del hablante, frente a la segunda que es un comportamiento no marcado y que no implica ni control de la afectividad ni elaboración de la imagen propia 22. Ambos, claro está, son comportamientos sociales que llevan a la comunicación y evitan la ruptura entre los participantes.

Revisaremos ahora lo que constituye esa norma, abstracta pero emanada de la sociedad, pues se trata de un conjunto de reglas sociales. Estas normas son acatadas, o desacatadas por sujetos que se construyen discursivamente como sujetos corteses o descorteses, y vendrían a sustentar el equilibrio y la concordia en el grupo. Las normas, algunas explícitas, otras no, prescriben una visión del mundo y un comportamiento considerado como apropiado. El grupo evalúa favorablemente aquellas ideas o acciones congruentes con esta norma y desfavorablemente las ideas o actuaciones contrarias. Estas normas son evidentemente las del grupo que resulta dominante en el espacio social. Lo mismo se observa en los encuentros interculturales, donde el extraño es mal recibido por el grupo cuando, generalmente por ignorancia, desconoce las normas internas de la comunidad (Pietrosemoli 2001, Palm y Müller 2000).

Cuando hablamos de norma hablamos entonces de la forma material, que es social, pero independiente de su realización; la realización es lo que llamamos el uso, o el conjunto de hábitos adoptados por la sociedad. La norma difiere del sistema porque si bien este está íntimamente ligado a la sociedad, no está “contaminado” de lo social. Sin negar la naturaleza social del lenguaje, se desliga el sistema del quehacer diario: es lo que Hjelmslev llama la forma pura (Hjemslev 1972: 94; Lara 1976:38). En este mismo sentido, afirma Goffman que una norma o regla social es cualquier guía de acción que se recomienda porque se considera adecuada, apropiada, oportuna o moralmente correcta (1971: 335).

En el sistema lingüístico, además de las reglas constitutivas del sistema, sistema de posibilidades, hay otras reglas que restringen o regulan los usos de la misma, que nos hacen juzgar algunos usos de lenguaje como incorrectos. En español, por ejemplo, está mal decir cabo como primera persona del verbo caber a pesar de que el presente del verbo comer es como. También se considera incorrecta la pluralización de haber impersonal: habían varios niños, hubieron disturbios, y expresiones como habemos muchos pasando trabajo; aún cuando la forma correcta –somos muchos los que pasamos trabajo en la actualidad– podría considerarse menos "económica" que la menos prestigiada. Así también están mal vistas ciertas formas del pretérito como habíanos, estábanos, aunque se oyen en muchas regiones de Hispanoamérica.

La frecuencia de uso nada tiene que ver con los juicios acerca de la gramaticalidad (cf. Chomsky, 1957:17). Por ello, la norma no puede estudiarse a partir de métodos cuantitativos, estadísticos, ni probabilísticos, como se estudia el uso: a la norma llegamos por deducción, al uso, por inducción. Para saber cuál es la norma lingüística de una comunidad con respecto a un elemento, no puede contarse el número de sus ocurrencias, porque obtendríamos el uso, y no las apreciaciones de valor sobre el elemento en estudio.

Las normas están arraigadas en la sociedad y dependen de las jerarquías grupales. Van Dijk (2003) sostiene que las estructuras sociales –como los grupos y las instituciones–, al igual que las relaciones generales como el poder, definen las constricciones que se ejercen sobre las acciones locales y el discurso. Estas constricciones pueden ser más o menos fuertes y van de las normas y obligaciones estrictas, formuladas en el derecho a las mas flexibles o suaves, como las normas de cortesía (p. 175)

Referidas a la lengua, vemos cómo Bello consagra en su gramática el uso de los clásicos, “la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada” (Prólogo:13) y no por último lo que él mismo considera de buen gusto 23. Así, la norma se genera cuando hay una valoración, por parte de los hablantes, de los productos lingüísticos anteriores. Según Lara, se realiza un circuito de retroalimentación que busca un producto más acabado, más apto para las finalidades expresivas que el hablante persigue (1976: 115) 24.

Barros (1997) habla de normas explícitas e implícitas, siendo las primeras aquellas que han sido objeto de una tradición de elaboración, codificación y prescripción, mientras que las segundas son formas que rara vez son objeto ni de reflexión, ni de codificación, aunque también representan usos de acuerdo a los cuales el individuo se presenta en la sociedad inmediata (1997:29). La autora cita tres aspectos que considera fundamentales:

i) la existencia de un discurso de la norma que clasifica los hechos lingüísticos en buenos, correctos, errados, bellos, etc., de lo que discurre el carácter prescriptivo de la norma culta; para Pessoa, los usuarios de la lengua elaboran construcciones imaginarias diferentes sobre la lengua escrita y la oralidad. Hay una cierta conciencia sobre el hecho en sí, aunque no tengan claridad sobre sus normas (1997:31).
ii) la remisión a un aparato de referencia, o sea a los usuarios de autoridad y prestigio en materia de lenguaje y a las academias, gramáticas y diccionarios. No hay para el habla un aparato institucionalizado de referencia y de difusión como la hay para la lengua escrita, pero esto para la autora no debe tomarse como una ausencia sino como una de las características de la norma explícita del habla, que permite al hablante “culto” una mayor variedad de usos. “Es la capacidad de variación y no el “purismo” de un único uso que separará de un lado a los hablantes cultos, del otro a los que “no saben hablar”, no son maleables, no se adaptan a las necesidades de los diferentes momentos y situaciones” (1997:32, traducción nuestra).
iii) la difusión e imposición en la escuela, en la imprenta y en la administración pública. Barros insiste sobre la existencia de un discurso de la norma, que clasifica los hechos de lenguaje con base en categorías éticas y estéticas a partir de criterios que no son lingüísticos sino socio históricos; se opone así, de un lado, el uso bueno (correcto) al malo (incorrecto) y, por el otro, lo bello a lo feo del lenguaje 25.

En la terminología de Briz (2004), se trata de diferenciar la puesta en marcha de la cortesía codificada por contraposición a la cortesía interpretada. Según el autor,

[...] la primera está regulada antes de la interacción, por tanto sometida a la convención, y la segunda, evaluada en el transcurso de la interacción, contexto a contexto, de acuerdo con los indicios y, sobre todo, reacciones de los participantes en la misma. (p.69)




Notas

22 Nos hubiera gustado designar con el nombre de urbanidad a la no-cortesía. Sin embargo, no lo hemos hecho para evitar confusiones con el Manual de Carreño, por ejemplo, que no distingue entre los dos conceptos.
23 Moré (1999) es un estudio sobre la norma gramatical en Bello.
24 Hay una distinción aristolélica entre praxis y poeisis, acción verbal frente a la dirección controlada de la acción verbal, de acuerdo con un sentido de la finalidad.
25 Ejemplos de esto los tenemos en Le bon usage de Grevisse, los usos bellos de la corte francesa y en Andrés Bello (también Moré 1999).





Estudios de Lingüística del Español (ELiEs), vol. 25 (2007)   
 ISSN: 1139-8736