Estudios de Lingüística del Español (ELiEs)
Cortesía y descortesía: teoría y praxis de un sistema de significación / Alexandra Álvarez Muro


4.1 Poder y cortesía

Fundamental para la comprensión de la cortesía es su relación con el poder46. En principio, los conceptos de cortesía y poder aparecen desde el punto de vista semántico y semiótico como campos nocionales pertenecientes a dos universos de sentido diferentes en nuestra vida cotidiana, sin embargo, pueden correlacionarse e involucrarse en un topos, en el que la cortesía implica una formalidad de interacción comunicativa orientada a la cesión del poder: el caballero, figura del poder, se doblega ante la dama, figura de la seducción.

Según el DRAE, poder es el “dominio, imperio facultad y jurisdicción que uno tiene para mandar a ejecutar una cosa” (primera acepción), o la “fuerza, valor, capacidad, poderío” (quinta acepción) además de lo que refiere a las esferas de la tenencia y la posesión47. Van Dijk (1997), por su parte, prefiere una concepción más general del poder en el ámbito de la interacción comunicativa, en la cual el poder se concibe como control: “Un grupo tiene poder sobre otro si tiene sobre él alguna forma de control. Más específicamente, este control pertenece a las acciones del otro grupo o de sus miembros: controlamos a otros si los hacemos actuar como queremos" (van Dijk 1997:17).

Bravo (2004) subraya, por su parte, la forma dinámica en que se manejan poder y distancia en las relaciones sociales en el mundo hispánico, donde, además hay una relación entre estos conceptos y la familiaridad, la frecuencia del contacto, el tiempo del contacto, el afecto entre los interlocutores y el nivel de apertura hacia el otro (p. 25)

Es un hecho reconocido que el lenguaje no solamente cumple una función primordial en la construcción de las identidades sociales e individuales (Bolívar, 2001:107) sino que es el principal medio de poder y control social (Fairclough, 1992). Fairclough (1989) habla del poder ideológico, el poder de proyectar las propias prácticas como universales y del sentido común como un complemento significativo para el poder económico (Fairclough 1989: 33). El poder se ejerce a través del discurso; hay un poder en el discurso y el poder detrás del discurso. El primero es el ejercicio del poder en los encuentros cara a cara, en lo que llama los encuentros desiguales (p. 44). El segundo remite a la idea de que el orden social del discurso se junta y reúne como un efecto oculto del poder. El poder en el discurso se relaciona con factores de la situación discursiva, tales como el contenido de lo que se dice o hace, las relaciones sociales de las personas que participan en el discurso y los sujetos, o las posiciones de sujeto que ellas ocupan, en otras palabras, los roles discursivos que ejercen (p.46). El poder tras el discurso está representado por lo prescriptivo del lenguaje –la estandarización– y el acceso al discurso: la formalidad.

El poder discursivo corresponde a un nivel más elaborado que el más elemental de la coerción, por medio de la cual se obliga a otros, a través de amenazas de violencia física o la muerte. El poder en y detrás del discurso es el que se ejerce a través del consentimiento, ganando el consentimiento de otros para ejercerlo, es decir a través de la ideología: “La ideología es el mecanismo clave para gobernar a través del consenso, y por ser el vehículo preferido por la ideología, el discurso tiene un significado social considerable en este sentido” (p. 34). En el mismo sentido, van Dijk (1997) precisa que el poder no es coercitivo sino mental, reconociendo las dimensiones manipulatoria y cognitiva del poder: la primera de ellas representada por el hacer que otro haga (decir, mandar, ordenar), frente a la segunda, hacer que el otro se persuada (argumentar, persuadir, convencer). Estas formas de ejercer el poder son, según van Dijk, más sutiles:

…es necesario referirse a una forma más “refinada” de poder, generalmente llamada “persuasiva” y tradicionalmente asociada con la ideología y la hegemonía. En este caso, el control no se efectúa (principalmente) por medio de coerción física o socioeconómica sino a través de un control más sutil e indirecto de las mentes de los dominados. (van Dijk 1999, pp. 206 -207)

Para Chumaceiro Arreaza (2003), refiriéndose al discurso político, lo manipulativo en el discurso es su capacidad de “operar”, de actuar sobre algo o alguien. Según la autora:

[…] es claro que el hecho de actuar sobre los demás puede implicar una variedad de acciones en relación con los interlocutores, desde mover su afectividad en un sentido positivo o negativo, modificar sus representaciones sociales (valores y creencias), o llevarlo a actuar en función de una determinada tendencia o grupo político-ideológico.

Greimas y Courtés (1990: 251-252) afirman que la manipulación se caracteriza por ser una acción del hombre sobre otros hombres para hacerles ejecutar un programa dado; se trata de un “hacer-hacer” y este tipo de manipulación presupone una estructura modal subyacente de carácter factitivo en la están implicados dos predicados idénticos, pero con sujetos diferentes (hacer que el otro haga). La segunda modalidad de manipulación, que es la que interesa en el intercambio de mensajes, es específicamente cognitiva y persigue la adhesión del manipulado, sometido a haceres persuasivos del manipulador (hacer-creer) (ver Álvarez y Espar 2002).

La cultura y la socialización implican la sustitución de la realidad por el lenguaje, ese sistema de símbolos que nos confiere un modo de hacer cosas sin hacerlas en el mundo físico, es decir, de hacer cosas con palabras (Austin, 1962). Parte de esa sustitución consiste en la creación de un espacio mental simbólico que nos pertenece como grupo y como individuos. Ejemplo de esto es el espacio simbólico que se crea con la música, cuando los adolescentes ocupan el espacio de sus casas con el volumen de sus melodías favoritas. Pero también es importante la música en el protocolo, donde el Himno Nacional crea un espacio simbólico representativo de la misma nación. Así refiere el manual de González (1987) el derecho que tiene el Jefe del Estado de oír las notas patrias en suelo ajeno:

El Presidente de la República tiene derecho en el país a que se le toque el Himno Nacional a su llegada o salida en todo acto oficial, público o privado, todas las personas mayores o menores de edad deben permanecer de pie mientras éste es interpretado, igual respeto deben las personas tener para con todos los Himnos nacionales de cada país cuando éstos son interpretados (González 1987: 246).

Así, defendemos un territorio simbólico privado que nos pertenece, en el que ejercemos el dominio, la libertad y nuestra fuerza individual; esta actividad nos induce a esa idealización, abstracción, o simbolización del poder personal y todo eso lo hacemos, según Goffman (1967), por medio de la imagen.

Este otro mundo simbólico que podríamos situar a grandes rasgos en la cultura tiene, para Malinowski (1968) un fundamento biológico en la satisfacción de las necesidades primordiales. El autor propone una serie de respuestas culturales a las necesidades elementales48. En la necesidad de protección y abrigo, por una parte, y en la del bienestar y adorno, por la otra, vislumbramos el origen de la creación de la imagen de la persona: la primera, como aquella que supone la formación de un rostro social, una máscara, una personalidad, la imagen que se ha llamado positiva; la segunda, como la que reclama el respeto del territorio individual y distancia, la imagen llamada negativa.

En la derivación del mundo físico hacia un segundo mundo cultural está, para Malinowski el origen de las instituciones, puesto que la vida en sociedad representa un peligro para la individualidad; la cortesía vendría de la necesidad de poner a salvo tanto el territorio personal, como la necesidad de prestigio las imágenes positiva o negativa de la persona, y, consecuentemente, cortesía negativa o cortesía positiva (Brown y Levinson 1987). La cortesía funciona en el nivel simbólico donde las acciones adquieren valores relativos en el interior del sistema de reglas que rigen las interacciones y por eso afirmamos que valen por otras cosas.

Para Goffman (1959: 68), Las maneras tienen, entre otras, la finalidad de preservar una especie de ascendencia sobre los menos sofisticados. Ahora bien, en el juego de la cortesía, el manipulador no estaría investido de poder, sino que lo detenta en la interacción comunicativa. Se ha mostrado que un mayor uso de la cortesía no indica menor poder (Wolfson 1989), por el contrario, se usa mayor poder hacia quienes menos tienen, por ejemplo hacia las mujeres (Kasper 1990:202). Así, en el contrato polémico que se da en la cortesía, las posiciones de dominante/dominado no serían definitivas, sino que dependen de una diversidad de variables entre las cuales, según Álvarez y Espar (2002), la más importante es la competencia del interlocutor y su capacidad de manipular al adversario, en otras palabras su competencia en el manejo de las reglas y en el uso de las estrategias de cortesía.

La competencia en materia de cortesía implicaría, de manera similar que para la competencia comunicativa, el dominio de las normas de uso y el reconocimiento de las situaciones en que ese uso es socialmente aceptable. Estas normas de uso refieren a las expectativas que tienen los participantes de la comunicación, los "sujetos" de la cortesía, y que comprenden regularidades en el comportamiento (entre otros, los rituales), valoraciones (tales como las actitudes o preferencias) y marcos de referencia. (cf. Opp 1983).

Según Álvarez y Espar (2002), las reglas de cortesía funcionan en las prácticas lingüísticas como reguladoras del poder discursivo, interviniendo también en la atenuación del control de los que ejercen la dominación sobre sus interlocutores para hacernos creer que disminuyen los efectos de los que detentan el discurso del poder:

En el caso de la cortesía se trata de la modalidad de manipulación por seducción (Greimas-Courtés 1990; Espar 1998: 89-127) que se fundamenta en un acuerdo previo entre interlocutores y en la circulación de opiniones y juicios positivos sobre las capacidades de ambas partes. Esta posición inicial de los actores sociales establece la confianza y la credibilidad y sobre esa base se inician las complejas estrategias descritas anteriormente que permiten iniciar, continuar y finalizar el intercambio sin que la sanción definitiva interrumpa el diálogo. Desde la perspectiva de la semiótica, el ejercicio de la cortesía se transforma manipulación de las identidades entre participantes (Álvarez y Espar 2002: 24).

El logro de los dos principales objetivos de la cortesía –la preservación del rostro positivo y del territorio personal– implican halagar al otro por encima de lo que nos halagamos a nosotros mismos, o de lo que nos es lícito halagarnos y asimismo permitir la invasión del territorio propio, o pedir la anuencia de su dueño para invadir el del otro. Ser cortés es bajar la cabeza o quitársela, metonímicamente, al quitarse el sombrero y llevarlo en la mano49. La invasión del territorio va acompañada, por la razón arriba expuesta, por una serie de actos rituales como el saludo, por ejemplo, que parece muchas veces desprovisto de otra significación, aunque es indizador de la relación social entre los participantes. Según Haverkate (1994:40): i) La cortesía aumenta en la medida que I) la distancia que separa a los interlocutores es mayor; ii) es mayor el poder del interlocutor y iii) el grado de imposición del enunciado es mayor. De ahí también que una de las estrategias más importantes para la cortesía sea la atenuación, porque manipula la cantidad de poder mostrada por el hablante hacia su interlocutor.

En el mismo sentido habla Bourdieu (1999) de las "estrategias de condescendencia" por ejemplo cuando el alcalde de Bearn, al sur de Francia, en vez de hablar en francés se dirige al público en bearnés, en una ceremonia en honor de un poeta local, y el periódico escribe que este detalle conmovió mucho a los asistentes (p. 41). Algo similar hizo J.F. Kennedy, cuando, el 26 de junio de 1963, se dirigió a los berlineses, diciendo Ich bin ein Berliner. Si bien en este caso no se trataba de emplear una variedad regional sino el alemán estándar en vez del inglés, empleó en este discurso, indiscutiblemente, una estrategia emotiva con fines políticos.

La estrategia de condescendencia consiste en beneficiarse de la relación de fuerzas objetivas entre las lenguas que en la práctica se enfrentan (incluso, y sobre todo, si el francés está ausente) en el acto mismo de negar simbólicamente la relación de jerarquía entre esas lenguas y quienes las hablan (p. 42). El beneficio de distinción que procura todo uso de la lengua legítima, parece fundado únicamente en las cualidades de la persona, pero reside en el conjunto del universo social y de las relaciones de dominación que le confiere su estructura (p. 46).

Por esta razón se ha sostenido, en el primer capítulo, que la cortesía es un topos, donde las cosas son al revés de lo que parecen. Bourdieu sostiene que al alabar al prójimo y dejar el locutor de alabarse alabar a sí mismo, cede su poder y acata el supuesto poder del otro. Pero lo que interesa no es que el alabado tenga o no ‘realmente’ poder o prestigio, sino que lo tendrá en la medida en que el locutor lo reconozca y que lo haga en un contexto apropiado. Por su parte, Blum Kulka (1992) ha mostrado que una cortesía excesiva en la familia puede resultar ofensiva, señalando que lo que interesa es la intencionalidad de cortesía que hay en todas estas actuaciones.

Ahora bien, tras la intencionalidad del don de la cortesía está la adquisición de un don egocéntrico, el de la distinción, porque solamente quienes tienen distinción muestran cortesía. Podemos decir entonces que la distinción es el poder tras el discurso y esto por dos razones: Por un lado, porque la cortesía no es válida sino por parte de quienes tienen el poder, mal podría cederse algo que no se tiene. Por el otro, porque jugar a la cortesía hace prevalecer el sistema de valores morales y de manifestación sobre los valores de la modalidad del poder y de su discurso. Ceder el control otorga prestigio, de manera que hay una transferencia que se da entre las dimensiones mismas del poder y las estrategias de manipulación que se usan.




Notas

46 Una versión anterior de este trabajo fue publicado como Álvarez, A. y Espar, T. 2002.
47 Desde el punto de vista sociológico Kottak (1997: 139), explica cómo la sociedad se estratifica según los distintos tipos de estatus: i) El estatus económico, o riqueza, que abarca todos los bienes materiales de una persona, incluidos los ingresos, la tierra y otros tipos de propiedad; ii) el poder, la capacidad de imponer a otros la propia voluntad (hacer lo que uno quiere) que es la base del status político; iii) El prestigio, base del status social, hace referencia a la estima, el respeto o la aprobación por actos, hazañas o cualidades consideradas ejemplares. El prestigio o “capital cultural” (Bourdieu, 1984), proporciona a la gente un sentido de dignidad y respeto, algo que con frecuencia puede convertirse en ventajas económicas.
48 Las necesidades primarias de metabolismo, reproducción, bienestar corporal, seguridad, movimiento, crecimiento y salud, generan respectivamente las respuestas culturales de subsistencia, paternidad, abrigo, protección, actividades, educación e higiene.
49 “Cuando saludamos a señoras o a otras personas respetables, no nos limitaremos a tocarnos el sombrero, sino que nos descubriremos enteramente” (p: 75).





Estudios de Lingüística del Español (ELiEs), vol. 25 (2007)   
 ISSN: 1139-8736