Estudios de Lingüística del Español (ELiEs)
Cortesía y descortesía: teoría y praxis de un sistema de significación / Alexandra Álvarez Muro


2.1.2 Orden y método

El segundo paso para lograr la armonía es el método en los procedimientos, el orden que irá desde el arreglo armónico de nuestro cuerpo, al de la vivienda y finalmente al de la sociedad. El mundo de Carreño es un mundo ordenado. Así titula el tercer capítulo de su texto “Del método, considerado como parte de la buena educación”, y seguidamente dice:

Así como el método es necesario a nuestro espíritu para disponer de las ideas, los juicios y los razonamientos, de la misma manera nos es indispensable para arreglar todos los actos de la vida social, de modo que en ellos haya orden y exactitud, que podamos aprovechar el tiempo y que no nos hagamos molestos a los demás con las continuas faltas que ofrece la conducta del hombre desordenado (p.35).

Todo lo que está fuera de estas normas reguladoras de la sociedad pertenece a otro mundo, el de aquellos que no son del grupo y que viven en un mundo desordenado, antihigiénico, ajeno a la distinción, la virtud y la moral; en otras palabras, un mundo ajeno también al paradigma kepleriano del orden siendo, por lo tanto, abyecto.

El aseo, escrupuloso y detallado en lo que respecta a nuestro cuerpo y nuestros vestidos contribuye a nuestra imagen positiva, a hacer de nosotros individuos dignos de ser amados: “Nuestras personas, nuestros vestidos, nuestra habitación y todos nuestros actos se hacen siempre agradables a los que nos rodean (p.18). Pero sobre todo, la higiene contribuye al método, de tal forma que los procedimientos conducentes al cuidado personal recuerdan el que se le otorga a una máquina:

Los hábitos de aseo revelan además hábitos de orden, de exactitud y de método en los demás actos de la vida porque no puede suponerse que se practiquen diariamente las operaciones que son indispensables para llenar todas las condiciones del aseo, las cuales requieren cierto orden y método y una juiciosa economía de tiempo, sin que exista una disposición constante a proceder de la misma manera en todo lo demás (p.19).

La idea de armonía va inextricablemente relacionada con la idea de unidad: “los hábitos tienen en el hombre un carácter de unidad que influye en todas sus operaciones” (p.36). Orden en las horas de comer, de acostarse y de levantarse, de permanecer en la casa y de recibir visitas, pide el autor.

Dentro del orden al cual nos conmina, está el correspondiente al buen manejo del dinero y al pago de nuestras deudas: “Llevemos siempre una cuenta exacta en que aparezcan nuestras deudas, nuestras acreencias y nuestros gastos…” (p.37). La falta en materia de pagos es de lo más vergonzoso que pueda sucederle al individuo, los descuidos en este sentido nos hacen perder nuestro crédito y no ciertamente el financiero. Responsable del método en el gobierno de la casa es la mujer, aún más que el hombre.

Se busca lograr armonía en la sociedad, por lo que esas virtudes de suavidad y cultura deben estar en cada uno de sus miembros: así “buenos modales son la decencia, moderación y oportunidad en nuestras acciones y palabras y aquella delicadeza y gallardía que aparecen en todos nuestros movimientos exteriores, revelando la suavidad de las costumbres y la cultura del entendimiento” (p.10).

Es ordenado quien se levanta temprano. Esta costumbre favorece a la salud y al cumplimiento de nuestras tareas, además de comunicar “a nuestro entendimiento gran felicidad en las percepciones…” (p.42). Porque también hay mesura en la cantidad de tiempo que dedicamos a dormir. Asimismo, el sueño es natural pero los ronquidos no, por lo que están desterrados de las buenas costumbres: “Éste no es un movimiento natural y que no pueda evitarse” (p.40).

Mesura debe haber también en la cantidad de comida que tomamos. Los platos deben servirse con delicadeza y sobriedad, sobre todo cuando se sirve a las señoras; preferible es servirse dos veces que servirse demasiado de algún manjar. Hay también un orden en las comidas que deben aparecer en un plato de una misma vez: “No pongamos nunca en nuestro plato ni a un mismo tiempo, ni sucesivamente, diferentes comidas que hayan sido preparadas para ser servidas separadamente”. El orden está no sólo en la cantidad, sino en la coexistencia de las comidas al servirlas (p.210).

Medida también requiere la demostración de los sentimientos: las pasiones deben dominarse de modo que no debemos excedernos al mostrar el triunfo, o la tristeza. Así debe ser cuando ganamos en el juego, por ejemplo (p.212). Moderación en los modales exteriores, tanto en el hombre, como en la mujer (p.229). Mesura al sentarnos, para no caer “de golpe y violentamente sobre el asiento” (p.229).

Hacer variar de lugar las cosas ajenas se considera no solamente desagradable, sino que “toda variación de esta especie produce un trastorno de más o menos entidad” (p.56). En este mundo ordenado cada cosa está hecha para cada fin. Así, por ejemplo, en la mesa no debemos usar el mantel para limpiarnos y, de no haber servilleta para este propósito, hay que tener preparado el pañuelo sobre las rodillas para hacerlo (p.205).

En cuanto al vestido, además de estar sujeto a la moda, porque es parte de la consideración debida a la sociedad en que vivimos, “para quien es ofensivo el desaliño y el desprecio de las modas reinantes, así como la propiedad en el conjunto y los colores de las diferentes piezas de que consta el vestido”, también lo está a las distintas situaciones sociales, de manera que hay obligación de usar vestidos “que sean propios de cada circunstancia, de cada día y aun de cada parte del día” (p.214). El autor hace una descripción detallada de la coherencia que debe existir entre el traje y el contexto en el que se lleva, de forma que debe haber una relación estrecha entre estos en relación con la formalidad del mismo, y el tiempo y el lugar en que se llevan, así como también en relación con el recato y por qué no, el lujo que debe mostrarse en cada ocasión. Esta relación es más transparente en los trajes de los hombres, porque en las señoras no puede establecerse “ninguna regla fija”, salvo, claro está, las del recato debido a los duelos (p.215).





Estudios de Lingüística del Español (ELiEs), vol. 25 (2007)   
 ISSN: 1139-8736