Estudios de Lingüística del Español (ELiEs)
Cortesía y descortesía: teoría y praxis de un sistema de significación / Alexandra Álvarez Muro


1.4 Distintos enfoques

Dentro del nivel teórico, detengámonos en los diferentes enfoques que pueden identificarse en las teorías sobre la cortesía15:

1. La cortesía como un sistema de normas para el mantenimiento del equilibrio o la concordia social. En esta visión se asume que cada sociedad tiene una serie de normas sociales, más o menos explícitas, que prescriben un cierto comportamiento o modo de pensar. La evaluación favorable surge cuando una acción es congruente con la norma y desfavorable cuando la acción es contraria. Se valora el respeto al rango social del otro, la conservación de la esfera personal y la idea de dignidad humana se construye a partir de las concepciones dominantes sobre la moral y la decencia. Esta visión es la de los manuales de etiqueta y se asume que la cortesía está relacionada con el estilo, por lo que un estilo más formal implicaría una mayor cortesía (Fraser 1990).

Hay asimismo la idea de que las normas sociales tienen un efecto relevante sobre el sistema lingüístico y dejan huellas en el léxico y la gramática; estas huellas pueden describirse como un inventario de formas (Held 1995). La cortesía se convierte entonces en una forma de indexación social, porque señala a quienes la tienen como personas “bien” educadas, como miembros del propio grupo y a los otros, como vulgares, indelicados y sin distinción. Esta definición es la que normalmente se encuentra en los manuales de cortesía.

2. La visión de las máximas de conversación relacionadas con el principio de cooperación de Grice surge de Lakoff (1973), quien intenta completar las máximas griceanas sobre la conversación. Grice postula un principio conversacional, el de cooperación: adapta tus contribuciones conversacionales a la índole y al objetivo del intercambio verbal en que participas. El principio de cooperación, de categoría universal e irreductible, se toma como base para explicar la operación de las categorías derivadas, o máximas.

Cantidad. Haga su contribución tan informativa como sea necesario (para los objetivos normales de la conversación); no diga más de lo necesario.
Calidad: No diga lo que crea que es falso; ni aquello para lo cual no tenga evidencia.
Relación: Sea pertinente.
Manera: Sea claro (Evite la ambigüedad, sea breve, sea ordenado).

Estas máximas representan normas específicas que pueden variar interculturalmente. Cuando el hablante incumple alguna de las máximas se produce una implicatura, marcadamente informativa: los hablantes reciben información de ese incumplimiento, pues suponen alguna razón para el mismo. Tu esposa/o te es fiel; tu hijo está bien; hay agua en la cañería; en Venezuela se respeta la constitución, son enunciados que no necesitamos oír; de hecho, si lo hacemos es porque suponemos que la razón que tuvo el hablante para decirlas fue darnos una información nueva y no la de decir algo obvio y ya conocido.

Lakoff muestra que la información por sí misma no es suficiente para explicar los usos cotidianos del lenguaje. El cumplimiento de las máximas conversacionales sería un problema para la vida en sociedad, porque ellas pueden estar reñidas con la cortesía. De ahí que la autora proponga tres máximas adicionales en las que ya vemos las dos nociones que luego serán fundamentales, el respeto del espacio personal en las dos primeras y el aprecio, en la tercera de ellas. Este se considera un instrumento para reducir la fricción en la interacción social (1973: 293-298):

a. No impongas tu voluntad al interlocutor
b. Indica opciones
c. Haz que tu interlocutor se sienta bien: sé amable 16

Más tarde, Leech (1983) propone un Politeness Principle (principio de cortesía) cuyas máximas se refieren a la conducta en general y menos al lenguaje.

Por medio de este término, me propongo distinguir el estudio de las condiciones generales del uso comunicativo del lenguaje y de excluir las condiciones 'locales' más específicas del uso del lenguaje. Puede decirse que este último pertenece al campo menos abstracto de la socio-pragmática, porque está claro que el Principio de Cooperación y el Principio de Cortesía operan de modo variable en las diferentes culturas o comunidades de habla, en situaciones sociales diferentes, entre clases sociales diferentes, etc. (Leech 1983: 10)

Este principio, a pesar de ser sobre las condiciones generales y no locales para el uso del lenguaje y representar un paradigma, estaría radicado, sin embargo, en las mentes de los hablantes y tendría realidad psicológica. El principio señala especificaciones de cómo ser cortés: minimizando la expresión de creencias descorteses y maximizando la expresión de creencias corteses, donde descortesía se define como lo desfavorable al oyente. El costo y el beneficio para éste son directamente proporcionales con la menor y la mayor cortesía. Y así mismo están en una escala expresiones como: Pela esas papas, dame el períodico, siéntate, mira eso, disfruta tus vacaciones, toma otro sánduche17. (Leech 1983: 107)

Leech habla de las máximas de tacto, generosidad, aprobación, modestia, unanimidad y simpatía. Hay factores minimizadores y maximizadores para cada una de ellas, pues las máximas se relacionan con los tipos de actos de habla. Por ejemplo, la máxima de tacto supone minimizar costos para el oyente, y maximizar sus beneficios; la meta máxima ordena no poner a otro en la posición de romper la máxima del tacto; la máxima de generosidad recomienda maximizar el beneficio del otro y minimizar el propio; la de aprobación, maximizar el elogio y minimizar la crítica; la de modestia, minimizar el auto-elogio y maximizar el elogio del otro; la de acuerdo, minimizar el desacuerdo y maximizar el acuerdo; la de simpatía, minimizar la antipatía y maximizar la simpatía. (1983: 119)

3. Quienes entienden la cortesía como una relación de soporte, suponen que ella contribuye a la construcción de la imagen personal de ego y alter. Se fundamenta la cortesía en el concepto de imagen, basándose en el hecho de que los hablantes adultos de una sociedad tienen una imagen o rostro y saben que los demás también la tienen. La imagen se entiende como una serie de deseos que se satisfacen solamente a través de las acciones de otros, incluyendo la expresión de estos deseos, se deriva del concepto de Goffman (1967) según quien, en general, es del interés personal de los hablantes el mantener mutuamente su imagen.

El rostro (face) es algo investido emocionalmente, y puede perderse, mantenerse o realzarse y cuidarse constantemente en la interacción. En general, la gente coopera -y asume la cooperación del otro- en mantener el rostro en la interacción. Esa cooperación se basa en la mutua vulnerabilidad del rostro. (Brown y Levinson 1987: 61)

La imagen es un constructo social, una máscara compuesta no solamente por nuestra apariencia física, sino también por nuestra historia, por nuestras creencias, por nuestros sentimientos sobre nosotros mismos y por las actitudes de los demás hacia nosotros, es nuestra existencia y nuestro ser en sociedad.

Según la teoría de Goffman, la imagen tiene dos aspectos: i) la imagen negativa, el deseo de cada uno de no ser invadido en su espacio personal, de no ser agredido y la necesidad de que no se lesione la libertad de acción de cada cual y ii) la imagen positiva, contraria a la anterior, porque es el deseo de tener el aprecio de los demás y de que se cumplan los deseos personales (Goffman 1967). Es aquí donde entra la cortesía a jugar un papel, porque las reglas de cortesía tratan de evitar precisamente la violación de la imagen personal, de manera que la cortesía es un contrato de conservación de la imagen de cada uno. La vida en sociedad es un constante peligro para la imagen, y de ahí la necesidad de la cortesía. La cortesía pone así a salvo, o bien el territorio de cada uno, cuando la cortesía es negativa o mitigadora, o bien la construcción de esa máscara personal (¿Me permite un momento?¿Haría el favor de cerrar la ventana?). El segundo tipo de cortesía, la positiva o valorizante incluye manifestaciones de aprecio tales como ¡Qué rosas tan lindas! Me gustaría que las mías se vieran así. ¿Cómo lo hace usted? (Brown y Levinson 1987:63). Según estos autores, hablar de cortesía implica generalmente hablar de la defensa del espacio personal, y es esta la que llena nuestros libros de etiqueta (también Haverkate 1994). La imagen de los participantes se pone constantemente en peligro a través de cuatro tipos de actos:

i. Amenazas a la cara negativa del oyente: órdenes, consejos, amenazas;
ii. Amenazas a la cara positiva del oyente: quejas, críticas, desacuerdos, tópicos tabú;
iii. Amenazas a la cara negativa del hablante: aceptar una oferta, aceptar las gracias, prometer sin querer;
iv. Amenazas a la cara positiva del hablante: disculpas, aceptar cumplidos, confesiones.

El modelo de Brown y Levinson (1987) se centra en que la cortesía –que no definen– comprende, tanto la “actitud profiláctica” –el control social interno– como las relaciones competitivas externas con otros grupos (p. 1) y tiende al mantenimiento del equilibrio social. Pero Brown y Levinson (1987) no toman en cuenta la imagen del hablante cuando tratan de las estrategias corteses. Por ello, un aporte importante a la comprensión de la cortesía es darle importancia a la imagen del emisor a la par que la del receptor (Hernández Flores 2004). Según Hernández Flores, “la imagen del hablante se ve afectada de la misma manera que la del destinatario, pues si bien la cortesía trata de satisfacer los deseos de imagen del otro, al mismo tiempo está satisfaciendo los propios.” (p.95). Esto no significa, según la autora “que H actué exclusivamente de forma interesada para satisfacer sus propios deseos de imagen (o su propio ego, como aseguraba Watts), pues...para que una actividad de imagen se pueda considerar como de cortesía e imprescindible que, al mismo tiempo, satisfaga, en mayor o menor grado, los deseos de imagen del otro” (p.99). En este sentido, en cortesía lo que se trata de conseguir es el beneficio mutuo de los interactuantes, lo que supone la satisfacción de la imagen de ambos. (p. 99) De allí que en su propuesta, la cortesía es un intento de equilibrio de imágenes, entendido no como una situación alcanzable, sino como un ideal, como un modelo de comportamiento comunicativo al que aspirar, el equilibrio de la imagen del hablante y destinatario.

Otra de las polémicas que suscitan Brown y Levison con su teoría es su pretensión de universalidad. Según Haverkate, lo que sí parece ser universal es la categoría de imagen:

Por muy difícil que sea verificar esta hipótesis, hasta el día de hoy no se han descubierto culturas en las que las imágenes positiva y negativa del individuo interactante no desempeñen un papel social, aunque sabemos que la función e interpretación de las mismas pueden variar de una cultura a otra (Haverkate 1994:35).

Para explicar las diferencias interculturales, Brown y Levinson idearon un esquema analítico compuesto de tres parámetros (1987:76). Su hipótesis es que la selección de estrategias de cortesía depende de la correlación de factores como el peso del acto de habla, la distancia social, el poder y el grado de imposición que tiene, en cada cultura, el acto de habla, según: i) el grado de familiaridad o intimidad entre hablante y oyente; ii) las diferencias relativas de poder entre hablante y oyente y iii) el grado de amenaza o imposición contenida en la comunicación. De ahí su fórmula:

Brown y Levinson entienden la cortesía como una acción regresiva para contrabalancear el efecto disruptivo de los actos amenazadores de la imagen –o face threatening acts –FTAs–. Según varios autores, entre ellos Schmidt (1980:104), la teoría presenta una visión abiertamente pesimista y más bien paranoide de la interacción social humana18 tomando, de la teoría de Goffman, la ofensa como estrategia básica de la interacción the diplomatic fiction of the virtual offence, or worst possible reading (Goffman 1971:138).

La teoría ha sido criticada desde la tesis del relativismo cultural, sobre todo por Gu (1990) quien explica que, en la cultura china, las nociones que equivalen al concepto occidental de cortesía, lien, el carácter moral públicamente atribuido a un individuo, mien-tzu, la reputación adquirida por el éxito, y la ostentación, limao, no se corresponden con la imagen negativa, entendida como las preocupaciones territoriales de los participantes sobre la autonomía y la privacidad, derivada del valor que se le da en la cultura occidental al individualismo. Gu explica que, si la imagen es el centro de la cortesía y es vulnerable a los actos amenazadores, no se entiende por qué disculpe, perdone, gracias son agresivos. Gu dice que la relación entre la cara y la cortesía de Brown y Levinson es utilitaria (means-to-end). En China, la noción de imagen negativa difiere de lo definido por Brown y Levinson porque por ejemplo ofrecer, invitar y prometer, bajo circunstancias normales, no se consideran como amenazas a la cara negativa del oyente, ni ponen en peligro su libertad: más bien se insiste para que éste venga, coma, etc. Gu propone siete máximas, subrayando cuatro de ellas, que señalamos a continuación:

Humillación, que lleva por ejemplo a preguntar el nombre del otro antes de decir el propio (nota que la costumbre norteamericana es hacer lo contrario). Las expresiones de este tipo son formales y se usan generalmente expresiones neutras.
Tratamiento: dirígete a tu interlocutor con un término apropiado; es la expresión de la cortesía lingüística. Mantiene los nexos sociales, aumenta la solidaridad y controla la distancia social.
Tacto y generosidad, en chino, son complementarios; invitar, prometer, por ejemplo, son transacciones más que actos de habla, pues se considera más fácil hacer una invitación que aceptarla.

Wierzbicka (1985) también critica la perspectiva etnocéntrica anglo-sajona indicando que, en la cortesía polaca, prevalece la empatía o involvement y la cordialidad más que la distancia y el "pesimismo" cortés. En resumen, el problema parece estar en distinguir lo universal de la cortesía y en la realización o aplicación de la misma en diversos escenarios socioculturales. No por ello es el modelo de Brown y Levinson (1987) menos útil y paradigmático para el estudio de la cortesía.

Se han postulado criterios alternos para definir la cortesía. La teoría de Ide (1989,1992; Hill et al. 1986) distingue entre volition y discernment. El primero es el componente más importante de la noción cotidiana de la cortesía americana, en oposición a la idea de que en la cortesía japonesa la segunda es primordial. Mientras que discernment es obligatorio, volition es opcional, porque se trata de distinguir el cumplimiento casi automático de las normas sociales de la elección consciente que hace el hablante en una situación determinada. El discernimiento es distinto de la cortesía volitiva (volitional politeness) y opera independientemente de la meta que el hablante se propone, representando más bien la expresión lingüística de los derechos sociales (social warrants) es decir, aquellas 'garantías que claman para sí los individuos en la interacción social'. Esas garantías o merecimientos sociales pueden ser propiedades macro-sociales, como en Brown y Gilman (1960), provenientes de ciertas características como edad, sexo, o posición de la familia.

También Watts, como vimos antes, hace una distinción entre los conceptos de cortesía, como marcado y consciente, del de politic verbal behaviour19 como no un comportamiento no marcado, que podría considerarse como una suerte de competencia social. La idea de cortesía de Watts es que las formas de comportamiento consideradas corteses en una cultura donde prevalece lo volitivo, son formas marcadas de códigos de habla elaborados en los grupos abiertos 20 (1992: 134). Así politic sería para Watts el comportamiento dirigido a establecer o mantener en equilibrio las relaciones personales entre los individuos de un grupo social 21 (1992: 50). La cortesía, en cambio, se relaciona con la entrada en una elite social y por lo tanto es un comportamiento egocéntrico, porque es más que apropiado y va más allá del uso normal de las formas socio-culturales de comportamiento político (1992:52). Lo interesante es que el concepto de cortesía se relegaría nuevamente a su origen de clase, en el sentido de que correspondería a lo que Bourdieu (1979) llama distinción. Ello lleva a la idea de que la cortesía conduce no solamente a la construcción de una imagen social cualquiera, sino de una imagen distinta de la de los demás.

Causa confusión, en estos trabajos, el hecho de que se identifique la cortesía con la construcción de la imagen, como si los conceptos fueran equivalentes. Zimmermann (2003) ha señalado con claridad que el concepto de gestión de imagen de Goffman (face-work), es un concepto más amplio que el de cortesía:

En diferentes análisis se ha podido demostrar (y lo podemos observar en cada conversación cotidiana) que una parte de lo que los interactuantes hacen cuando hablan se puede entender como la gestión de las identidades de las personas involucradas en el evento comunicativo interactivo. Lo que llamamos cortesía es apenas una parte de la gestión de identidad que es una tarea necesaria, implícita y continua de los interactuantes (p. 48).

Esta confusión conduce, evidentemente, a ignorar el concepto de descortesía, que también forma parte del topos de la cortesía. No puede delimitarse el concepto si no se incluye también su opuesto en la definición.

4. La discusión de la cortesía como mantenimiento del equilibrio responde a la idea de que ella representa un continuo balance para guardar y mantener la imagen en dos niveles del nivel funcional y formal que generalmente se mezclan. De este modo, los actos de soporte como los cumplidos y los halagos se entienden como estrategias de acercamiento. Así también la comunicación emotiva es una forma de interacción en la que las muestras de afecto se producen conscientemente y se usan estratégicamente para influir sobre otros en una serie de situaciones sociales.

[...] Las manifestaciones afectivas se producen concientemente y se usan estratégicamente en una amplia variedad de situaciones sociales para influir sobre las percepciones de otros y sobre las interpretaciones de eventos conversacionales (Janney y Arndt 1992: 27).

Las señales lingüísticas de “tacto” permiten encontrar marcas de afectividad en ese sentido estratégico: para propósitos de comunicación afectiva (Nieto y Otero 2000). Estas señales de información afectiva se emplean según Janney y Arndt (1992) para influir en la conducta de los otros. El tacto apoya la imagen interpersonal al modificar: a) los niveles de indirección; b) lo explícito/no explícito y c) la intensidad de las señales: enfático/no enfático (Janney y Arndt 1992: 35).

Para Goffman (1959: 2), la expresividad del individuo comprende dos tipos de actividad sígnica: la impresión que da y la que emite (gives off). La primera incluye signos verbales o sus sustitutos y admite usarlos sólo para dar la información que él y los demás suelen dar a estos símbolos. Esta es la comunicación en el sentido tradicional y estrecho. Lo segundo implica una amplia serie de acciones que otros pueden tratar como sintomáticos del acto, la expectativa de que la acción fue actuada por razones diferentes de la información dada de esta manera.

En esta misma línea se encuentra la visión del contrato conversacional propuesto por Fraser y Nolen (1981). Allí se reconoce que, al entrar en una conversación, cada parte trae una comprensión de una serie inicial de derechos y obligaciones que determinarán, al menos al principio, lo que los participantes pueden esperar del otro. Durante el curso del tiempo, o por un cambio en el contexto, hay una posibilidad para renegociar el contrato conversacional; las dos partes pueden reajustar los derechos y obligaciones que tienen hacia el otro.

5. La idea de cortesía como habla premodelada (prepatterned speech) se opone a las visiones funcionalistas. Es un hecho bien conocido que la cortesía tiene que ver con formas específicas y fórmulas; de ahí derivan dos concepciones de la cortesía: i) como ritual, en el sentido goffmaniano. Para Haverkate, es inherente a esta visión que la personalidad humana es un objeto sagrado y la sanción para la violación de la imagen es el conflicto, o sea un tipo de interacción marcado, valorado negativamente por ir en contra de las normas generalmente aceptadas (1994:19); ii) como rutina, en el sentido de Coulmas (1981), como expresiones funcionales para la realización de movidas conversacionales recurrentes que garantizan la habilidad de anticipar los eventos sociales e incrementar la cooperación entre los participantes Distingue entre rutinas de acción y de expresión, o sea estrategias y modelos de ocurrencia de los estereotipos verbales.

Las dimensiones según las cuales se establecen los derechos y obligaciones varían. Algunos términos se establecen por convención, son generales y se aplican a todas las conversaciones ordinarias. Los hablantes, por ejemplo, deben tomar turnos (sujetos a los usos de cada comunidad) para hablar una lengua mutuamente inteligible o hablar de modo suficientemente alto para el otro (en cambio, se habla en susurros en la iglesia). Hay otras situaciones, determinadas por encuentros previos o por los particulares de la situación, que son renegociables a la luz de la percepción de los participantes, por el reconocimiento de factores como el estatus, el poder o el rol de cada hablante y la naturaleza de las circunstancias. Los participantes actúan de acuerdo con estas reglas (Fraser & Nolen 1981).




Notas

15 Recomendamos la lectura de Held (1992), quien tiene una clasificación muy valiosa que tomamos en cuenta. Igualmente Fraser (1990) trae una clasificación que seguimos de cerca.
16 Don't impose; b. Give options; c. Make the listener feel good; be friendly
17 Peel these potatoes, hand me the newspaper, sit down, look at that, enjoy your holliday, have another sandwich.
18 Donde W= weightiness, peso del acto de habla, D= la distancia entre hablante (s) y oyente (h), P= poder del oyente (h) sobre el hablante (s) y R= rango de imposición de la comunicación.
19 "…the theory represents an overly (sic) pessimistic, rather paranoid view of human social interaction".
20 Hay que distinguir este comportamiento político del discurso político que viene a ser un género de discurso. En su estudio sobre el discurso político, Fernández Lagunilla (1999, I: 36-49, en Chumaceiro Arreaza 2003) establece que la lengua empleada en este tipo de comunicación se caracteriza por tres aspectos fundamentales:
a) el doble lenguaje: este carácter se pone de manifiesto en la frecuente utilización de construcciones semánticamente ambiguas y de términos ambivalentes o poco precisos que se traducen, en muchos casos, en una expresión poco transparente que podría, por una parte, favorecer varias interpretaciones y, por la otra, libera al emisor de responsabilidad con lo dicho.
b) el carácter polémico: este rasgo caracterizador esta ligado al hecho de que la comunicación política presupone siempre un adversario, y, por tanto, supone una réplica. La presencia del “otro”, al cual se enfrenta o se cuestiona, exige, también, la presencia explícita del emisor en el texto, así como la introducción en el discurso de otros discursos (por ejemplo el del adversario), a manera de polifonía.
c) el carácter agitativo: se manifiesta en el hecho de que este tipo de discurso no busca “hacer saber”, sino “incitar a hacer”; se trata de lograr, a través del lenguaje, un cambio o una reacción en el destinatario, que lo lleve a identificarse o a respaldar lo planteado por el emisor.

21 "in which forms of behavior conventionally termed 'polite" in a 'volition culture' are seen to be marked forms of elaborated speech codes in open groups"





Estudios de Lingüística del Español (ELiEs), vol. 25 (2007)   
 ISSN: 1139-8736