ISSN: 1139-8736


3. La delimitación de unidades funcionales

Como paso inicial en la sistematización de las relaciones antonímicas, abordamos la necesaria delimitación de significados o invariantes de contenido convergentes en una misma expresión fónica, a los que potencialmente corresponden distintos antónimos. Sin duda, el problema de la indistinción de signos homónimos, presente en gran número de estudios de lingüística teórica y, por extensión, en la praxis lexicográfica, no es sino la consecuencia de tomar el significante y no el significado de los signos como punto de partida en el análisis del contenido semántico de los elementos léxicos. Es decir, por lo general se ha considerado al signo léxico de forma asimétrica como significante formal al que corresponde en el plano semántico uno o más significados, y no como contenido al que subyace una expresión que puede coincidir o no con otras expresiones materiales que representan a otros contenidos distintos. Hasta que esa idea no se lleve a la práctica con una identificación funcional de los significados o invariantes de contenido7 como signos lingüísticos distintos, no podremos hablar de un auténtico diccionario funcional del sistema de la lengua, ni, por consiguiente, de una completa sistematización de los antónimos.

En el marco del funcionalismo semántico se ha insistido en que sólo a partir del comportamiento paradigmático y sintagmático será posible determinar la existencia de signos distintos, independientemente de su expresión fonemática (cf. E. Coseriu 1981b: 200-202). No obstante, este punto de vista sustentado en la aplicación del principio de la conmutación encuentra dificultades en los casos de polisemia (cf. Mª D. Muñoz Núñez 1999: 111-127). La búsqueda de nuevos criterios en la delimitación entre variantes e invariantes de contenido, llevada a cabo desde la denominada semántica funcional, ha encontrado un apoyo fundamental en el “principio funcionalista” formulado por A. Martinet8 (1976: 37-38). Según esta perspectiva el comportamiento paradigmático y sintagmático de los signos deriva del hecho fundamental de su comunicabilidad, teniendo en cuenta que la función de comunicación no se da por igual en todos los miembros de una comunidad lingüística. De este modo la idea de pertinencia comunicativa se torna relativa, quedando subordinada al carácter social de la lengua.

En este contexto de estudio, una de las pautas establecidas para la delimitación de distintas unidades funcionales9 por S. Gutiérrez Ordóñez, con objeto de salvar las deficiencias del proceso de conmutación en los casos de homonimia10, atañe a las relaciones antonímicas que contraen los significados concernientes a una misma secuencia fónica, ejemplificadas en los diferentes adjetivos seco y sus correspondientes antónimos (1979: 156, 1981: 159 y 1989: 54): seco1 / mojado (ropa, ...), seco2 / graso (piel, cabello,...), seco3 / verde (vegetales,...) y seco4 / gordo; incluso podemos añadir otros como seco5 / dulce (vino), seco6 / agradable (carácter) (cf. I. Penadés Martínez 1991: 197-198, y M. Casas Gómez 1994: 139 y 1999: 53).

El proceder es bien distinto en un terreno más práctico, donde dicha separación entre significados y, por tanto, signos distintos aún no se ha llevado a cabo11, como se desprende del modus operandi de la mayoría de los diccionarios tanto de lengua como de sinónimos y antónimos. En ellos es evidente la inexactitud e imprecisión del concepto de acepción12, como queda de manifiesto en la ausencia de límites entre elementos homónimos13. El resultado es que en cada entrada lexicográfica suelen agruparse “todos los sentidos que se registran en el habla para una palabra dada, sin distinguir entre variantes e invariantes” (R. Trujillo 1976: 248-249).

En este sentido, la indagación de las distintas relaciones antonímicas que contraen los contenidos agrupados bajo una misma secuencia fónica se convierte en instrumento clave en la delimitación de signos distintos. No obstante, esta tarea no siempre resulta fácil, dado que a menudo no hay antónimo para algunos contenidos semánticos, o bien no existe un antónimo perfecto, sino un grupo más o menos extenso de antónimos aproximados, relacionados con el contexto de uso. Por otra parte, la labor de identificación funcional de invariantes se complica, desde el momento en que determinados pares de unidades antonímicas, además de por su significado originario, pueden llegar a relacionarse desde un punto de vista figurado, derivando con el tiempo en significados distintos. Finalmente, sólo una vez aisladas las invariantes de contenido y sus correspondientes antónimos, será posible analizar el tipo de relación antonímica que afecta a los signos implicados.

Una dificultad añadida es la inexactitud de las definiciones semánticas al uso, más atentas al contenido referencial de las palabras que a la enunciación de rasgos sémicos distintivos. De hecho, llama la atención que, a pesar de la creciente frecuencia de trabajos teóricos sobre el análisis del significado, especialmente en el marco de la semántica componencial, no se haya desarrollado un nuevo método para la definición semántica. En este punto, los datos proporcionados por los diccionarios de lengua14 no resultan siempre útiles para delimitar el contenido semántico exacto de cada unidad léxica15, ya no sólo por la indistinción entre variantes e invariantes de contenido, sino porque generalmente mezclan lo enciclopédico y lo semántico16. En las definiciones17 más frecuentemente aducidas se acude a la paráfrasis mediante un sintagma cuya referencia coincide con la del semema que hay que definir, o bien a la indicación de dudosos “sinónimos” que comparten algún elemento sémico, confiando en la mínima competencia lingüística por parte del usuario18. Resaltamos, en este sentido, el proceder de los lexicógrafos que pasan por alto la concepción, defendida en semántica estructural, del significado como compendio de rasgos sémicos deducibles por oposición. Efectivamente, por lo general el diccionario, en lugar de, mediante la comparación con otras unidades, determinar las marcas diferenciales de cada unidad léxica, parece actuar de forma contraria, haciendo desaparecer esos valores diferenciales y, por tanto, equiparando unidades lingüísticas en realidad distintas. De hecho, consideramos la relación entre los antónimos pauta clave en la delimitación de los contenidos semánticos de las unidades léxicas, así como en la ubicación de éstas en un determinado campo semántico.





Notas

7 Éste sigue siendo el gran problema de la semántica y de la resolución de la polisemia desde un punto de vista práctico.

8 Una revisión de los planteamientos de A. Martinet y, en general, del funcionalismo heredero de la Escuela de Praga puede verse en Mª D. Muñoz Núñez (1999b: 27-49). Una completa descripción funcional de las relaciones semánticas es trazada por M. Casas Gómez (2002).

9 Respecto a la delimitación entre variantes e invariantes de un mismo significado, diversos autores representantes del estructuralismo funcionalista identifican tantos significantes como significados, estando constituidos los primeros no sólo por la secuencia fonemática sino, además, por otros componentes de naturaleza incluso semántica que determinan a veces la combinatoria de cada uno de los signos en los niveles morfológico, léxico, del grupo de palabras y oracional. Esta postura, conocida como teoría de la extensión del significante es aplicada a la lexicología por R. Trujillo (1976: 39, 60, 99, 161, 175 y 240) y S. Gutiérrez Ordóñez (1981: 76-82, 156-157) y a la sintaxis por G. Rojo (1979: 107-153 y 1983: 84-89). No entraremos a discutir aquí las dificultades de orden práctico derivadas de la aceptación del concepto teórico de significante y la inclusión en él de factores semánticos. Para una revisión de dicha propuesta de análisis del signo lingüístico y su confrontación con las propuestas anteriores cf. Mª D. Muñoz Núñez 1999a: esp. 37-45).

10 Los criterios propuestos por el autor para la determinación del significante en la homonimia (1981: 76-82 y 1989: 49-56) son formulados como reglas que atañen a los niveles morfológico (pertenencia a distinta categoría, diferente segmentación en constituyentes, distinta variación morfemática), léxico (pertenencia a distintos paradigmas, vinculación sinonímica y antonímica con distintos signos, conexión con distintos archilexemas) y sintáctico (diferente funcionalidad y distribución sintagmática). A estos criterios podría añadirse otro de tipo sociolingüístico, referido a la frecuencia, generalidad en el uso, e incluso disponibilidad de las unidades léxicas, y fundamentado en los resultados de las encuestas realizadas a los hablantes de una comunidad sobre su competencia léxica.

11 De cualquier modo, mientras no haya una semántica de ninguna lengua no existirá un diccionario que lleva esta delimitación a la práctica.

12 Las denominaciones significación, significado, sentido y acepción son identificadas frecuentemente en el ámbito de la lexicografía, prescindiendo de matizaciones semánticas, como se refleja en el Diccionario de lingüística de J. Dubois y otros (1979: 8-9), donde se habla de los “varios sentidos diferentes (de una palabra), según los contextos” o el Diccionario de lexicografía práctica de J. Martínez de Sousa (1995: 21), que define acepción como “significado en que se toma una unidad léxica”. Por su parte, en uno de sus frecuentes excursos gramaticales, M. Moliner (1966: 31) define la voz acepción como “cada significado de una palabra cuando tiene más de uno”. En la tradición lexicográfica bajo el concepto de “acepción” se engloban los significados, sentidos, variantes, e incluso realidades.

13 El único criterio lexicográfico utilizado a menudo en este sentido es el etimológico.

14 En cualquier caso, como bien aduce I. Bosque (1982: 108), “la labor del lexicógrafo no se debe identificar con la del semantista (...). El semantista tratará de que en su análisis componencial del léxico se represente la información semántica mediante componentes supuestamente mínimos y jerárquicamente ordenados, pero su objetivo primordial no es hacer entender el significado de las palabras al que desea conocerlo sino estudiar y representar formalmente un aspecto de la investigación semántica como es el léxico”.

15 Pese a que sería un valioso instrumento para el lingüista, probablemente un diccionario de esta índole no ayudaría mucho al usuario no interesado en la lingüística como ciencia y carente de formación alguna en este sentido (cf. G. Haensch y otros 1982: 274).

16 Aunque es notable el incremento bibliográfico sobre semántica componencial, quedan por resolver problemas como la posibilidad de descomponer aún más determinados semas, o la necesidad de trazar límites entre componentes lingüísticos y conocimientos de la realidad. Por otra parte, parece imposible evadir el recurso a la introspección a la hora de determinar el contenido sémico de las unidades.

17 Los distintos tipos de definición lexicográfica son abordados detalladamente por I. Bosque (1982: 105-123). Cabe destacar, entre ellas, la definición antonímica, en la que, siguiendo la propuesta de A. Rey-Debove, se distingue el tipo que incluye un componente negativo (“carencia”, “ausencia”, “defecto”) y el basado en una oposición antonímica binaria (“no casado”, “no lleno”, “no vivo”).

18 Suele ser común, además, en los diccionarios la combinación de las perspectivas variacionista y sistemática.





Volumen 23 (2006)
ISSN: 1139-8736