ISSN: 1139–8736


2. La palabra y la Analogía en las gramáticas académicas del XIX

Si la palabra era la unidad central de la gramática clásica, también en las gramáticas del siglo XIX que, como es el caso de las académicas, mantienen el modelo clásico vigente32, la palabra, ya sea aislada, “ya sea en combinación con otras palabras” (Gómez Asencio, 1981: 42), sigue siendo “la unidad básica y fundamental del análisis gramatical” (ibid.)

La palabra servía de fundamento, en primera instancia, a la división en Analogía33 —precedente tradicional de la Morfología34— y Sintaxis de “la parte verdaderamente gramatical” (Llorente Maldonado, 1967: 242)35 de los tratados de gramática, puesto que esta bipartición, asumida sin reservas por la Real Academia y por la casi totalidad de los gramáticos de la segunda mitad del XIX36, no se basa tanto en la oposición forma–función37 —también vinculada en la historia reciente de la gramática a la posibilidad o imposibilidad de establecer límites entre Sintaxis y Morfología38—, como en la consideración de la palabra aislada —objeto de la Analogía— y de la palabra al entrar en combinación, en la oración o en el “grupo binario” (Stati, 1979: 33), que constituía el objeto de la Sintaxis39.

Así, en la estructuración asumida por las gramáticas académicas, incumbe a la Analogía enseñar “el valor de las palabras consideradas aisladamente, con todos sus oficios y propiedades” (GRAE, 1888: 7), en tanto que la Sintaxis “nos enseña á enlazar unos vocablos con otros, ó sea la acertada construcción de las oraciones gramaticales” (GRAE, 1888: 215).

Por otra parte, la centralidad de la palabra en la sistematización tradicional determina también la jerarquía y la prelación metodológica que se establece entre esos dos dominios —el de la Analogía o Morfología, y el de la Sintaxis— “definidos por su respectiva polarización” (Abad y Espinosa, 1983: 155) en la historia de los estudios gramaticales.

En las gramáticas académicas del XIX —y en las que siguen su mismo esquema—, el tratado de las palabras “aisladas” constituye, de hecho, la “parte” principal, la más extensa, aquella en la que descansa, fundamentalmente, el conocimiento de la gramática40.

Sus contenidos responden, en lo esencial, al enfoque “palabra y paradigma”, —avalado por su validez pedagógica pero formulado al fin y al cabo para una lengua de “flexión rica”41—, conforme al cual (Matthews, 1980; Molino, 1985; Stati, 1972) la lengua se perfilaba como constituida fundamentalmente por un conjunto de palabras flexionables que se reparten, según una serie de propiedades, en un cierto número de clases —las “partes de la oración” o “partes del discurso”— que se subclasifican “de acuerdo con una o más características variables” (Matthews, 1980: 71) y para las que, según su clase, se proporciona un modelo, un paradigma, que determina las categorías que le corresponden y las variantes.

De conformidad con estas pautas, la Analogía, la parte en la que cifra el saber gramatical la “tradición” y, con ella, la Academia, se configura como un tratado de carácter taxonómico42 y paradigmático cuyo primer objetivo es “ordenar y clasificar las palabras” (Calero, 1986: 51) según el entramado de las “partes de la oración”, que constituía, desde los comienzos de la tradición clásica, la “columna vertebral” de los estudios gramaticales; la infraestructura sobre la que, como destacaba Gómez Asencio (1981: 347), se había de “montar toda la gramática”.

La Analogía ha de “enseñar”, por tanto, según las gramáticas académicas, “en cuántas clases se dividen y qué denominaciones llevan los vocablos” (GRAE, 1888: 215). Ha de establecer y definir las clases, “llamadas partes de la oración” (GRAE, 1888), a que, “para facilitar el análisis”, se “reducen” todas las palabras de la lengua castellana (ibid.) “por las ideas que representan ó por el oficio que en la oración hacen” (GRAE, 1888: 8)43.

Una vez instaurado el entramado básico, las “partes de la oración” necesarias “para que se puedan distinguir unas de otras” (GRAE, 1866: 6) las palabras, corresponde también a la Analogía “enseñar” las subclases que, atendiendo a diversas propiedades, se podían delimitar en cada una de las “partes” y los “accidentes” —con todas las peculiaridades de índole formal que podían presentar— de que eran susceptibles las “partes variables” y que conformaban el modelo, el paradigma, válido para esa clase.

Los “nombres sustantivos”, por ejemplo, se dividen en genéricos y propios (GRAE, 1866: 15; GRAE, 1888: 18)), así como en primitivos y derivados, simples y compuestos, colectivos, partitivos, proporcionales, verbales, aumentativos, diminutivos y despectivos (GRAE, 1888: 30) según sus “varias especies”44. Se destacan el género, el número, el “caso”, como sus principales “accidentes” (GRAE, 1888: 18) y se proporcionan las “reglas” y los paradigmas formales que corresponderían a cada uno de estos accidentes. Por consiguiente, en una clara muestra de su dependencia con respecto al enfoque heredado de la tradición clásica, la Academia a fines del XIX sigue presentando el “caso” “o determinada situación y circunstancia en que está la palabra que se declina” (1888: 10) como un “accidente” del nombre, aunque no se indique por la flexión, sino “por medio de artículos y preposiciones” (GRAE, 1888: 10); se incluye asimismo en la Analogía, como algo previo al estudio de la combinación de las palabras, su paradigma, la “declinación”45, el conjunto de “casos” con que se expresa “la situación o circunstancias especiales en que se encuentra cada cual respecto de otras palabras” (GRAE, 1880: 9): Nominativo: El libro, Genitivo: Del libro, Dativo: Al, ó para el libro, Acusativo: El ó al libro, Vocativo: Libro, ú ¡oh libro!, Ablativo: Con, de, en, por, sin, sobre, tras el libro (GRAE , 1888: 29).

Los contenidos asignados a la Analogía abarcan por tanto, lo que hoy consideraríamos propio de la morfología flexiva y la caracterización de las categorías léxicas46, que implicaría, al menos en parte, considerar “el oficio que en la oración hacen” —aunque haya categorías que se definan “por las ideas que representan” y no por el “oficio” que hacen47—; abarcaría también aspectos como los “casos” que, si bien se incluyen en los paradigmas de la Analogía como rasgos “formales” —trasunto de los casos “morfológicos"—, refieren a relaciones que presuponen combinaciones sintácticas: “con el nominativo ”, por ejemplo, “designamos el sujeto ó agente de la significación del verbo”, “el dativo indica la persona ó cosa á que, en bien ó en mal, afecta ó se aplica la significación del verbo, sin ser objeto directo” (GRAE, 1988: 11).

No obstante, pese a la implicación de esos aspectos sintácticos en la caracterización de las clases de palabras, la Analogía en la Gramática académica como, en general, en la estructuración clásica, no sólo precede a la Sintaxis, que nos enseña a “enlazarlas”, en el orden expositivo–didáctico de la gramática; según señala Tusón (1980: 45), en clara muestra de la “dependencia metodológica” respecto de la tradición heredada, el “estudio de los paradigmas” se impone como algo anterior al “estudio de los sintagmas"; en otras palabras, conocer el “valor”, el “oficio”, las “propiedades” de las palabras es algo previo a la consideración de las oraciones y de la “combinación de las palabras"; de ahí la conocida crítica de Bello —por no hablar de la crítica de Benot a la existencia misma de la Analogía como parte de la gramática48— al orden metodológico49 de la organización tradicional, inconsecuente con el orden al que abocaba su planteamiento más “funcional” de la gramática: “¿Quién no ve, por ejemplo, que si ha de darse idea de lo que significa la palabra declinación es preciso dar a conocer lo que es complemento directo y lo que es dativo? ¿Quién no ve que el género supone el conocimiento de la concordancia?” (Bello, 1981: 743)

Por lo demás, la precedencia metodológica de la Analogía con respecto a la Sintaxis queda asimismo proyectada en los contenidos y en las categorías descriptivas utilizadas en esa otra “parte” que versa sobre la oración y la “combinación” de las palabras.

La Sintaxis académica de fines del XIX no sólo se “monta” (Gómez Asencio, 1981: 348) después de la Analogía, sino también, conforme a la tradición asumida, “en torno a” la Analogía y “utilizando las unidades obtenidas y definidas” (ibid.) en la Analogía, en el tratado de las “partes de la oración”, de las palabras “aisladas”.





Notas

32 En el modelo filosófico, en cambio, la palabra no es, en principio, el elemento clave de la gramática, en cuanto que, como afirma por ejemplo Beauzée (1767, II: 1) en la palabra no se cumple la finalidad del hablar, es decir, la expresión del pensamiento: “Les mots ne peuvent exciter dans l'esprit aucun sens parfait, s'ils ne sont assortis d'une manière qui rende sensibles leurs rapports mutuels, qui sont l'image des relations qui se trouvent entre les idées mêmes que les mots expriment”.

33 Introducido el término —según constata Lázaro Carreter (1968)— en la gramática española por Fr. Benito de San Pedro (1769), sería aceptado por la Real Academia Española para su gramática a partir de 1796 y lo conservaría en ediciones posteriores. Es en el siglo XIX (Gómez Asencio, 1981: 33–42; Calero, 1986: 46) la denominación más habitual para la parte de la gramática que se ocupa de las “partes de la oración" en “todos sus aspectos”: clasificación, definición, variaciones, “accidentes gramaticales”.

34 Aceptada como término lingüístico en la segunda mitad del XIX (Matthews, 1980: 14), no aparecería en el DRAE antes de 1884 (ibid. NT). Se incorpora esporádicamente a la gramática española en las primeras décadas del XX (véase Calero, 1986: 37 y sigs.) pero la Real Academia no efectuaría la sustitución del término “analogía” por “morfología” hasta mucho más tarde, cuando “morfología” era ya “nombre universalmente adoptado en las lenguas de cultura”, según reconocía Gili Gaya al recomendar el cambio de terminología (Gili Gaya, 1964: 450).

35 De hecho, en las gramáticas tradicionales “en sentido estricto” domina la división cuatripartita, cuyo origen se remite a la Edad Media (Michael, 1970: 37, 187; Llorente Maldonado, 1967: 245), que hace de las “cuatro unidades básicas del lenguaje que remontan a la tradición más antigua: letras, sílabas, palabras, oraciones” (Gómez Asencio, 1981: 40) el fin específico de cada una de las partes en que se organiza la gramática: ortografía, prosodia, analogía y sintaxis. En estos términos formularía su división la Academia en las gramáticas de la segunda mitad del XIX. En la Gramática de 1771, no obstante, rechazaría “aunque implícitamente, la Ortografía y la Prosodia como partes integrantes del estudio gramatical del lenguaje” (Gómez Asencio, 1981: 38). Esta sería, por el peso de la tradición recibida, la organización de la gramática dominante en el XIX —Calero (1986: 40) contabiliza hasta un total de veintiocho seguidores de esta división–, aun cuando, como en el caso de Salvá, se percibiera la suficiencia de la sintaxis y la analogía en tanto que partes centrales de la gramática.

36 Para los gramáticos españoles del XIX, el problema de los límites de la gramática y el de su organización en componentes diferenciados, se subsumen en una sola cuestión: ¿en cuántas partes se divide la gramática? (Gómez Asencio, 1981: 33 sigs.; Calero, 1986: 36 y sigs.). Este planteamiento comporta, pues, la presuposición —válida en términos generales para los gramáticos de este periodo— de que realmente la gramática se divide en partes, a cada una de las cuales corresponde un subdominio bien delimitado. Sólo se cuestiona, en consecuencia, cuáles y cuántas son las partes que, en conjunto, configuran el dominio de la gramática.

37 Aunque, según Lyons (1971: 201) ésta esté presente a veces en los libros más antiguos sobre el lenguaje.

38 A lo largo de su desarrollo como disciplina, el dominio de la Morfología se ha venido fundamentando sobre dos nociones: la de “forma” y la de “palabra”.

El vínculo que la etimología establece entre “forma” y “morfología” queda patente en algunas de las múltiples aproximaciones a lo morfológico que nos ha dejado la lingüística europea de corte estructuralista. Así, por ejemplo, para Martinet (1978), corresponde a la Morfología “el estudio de las variaciones formales de los monemas” (1978: 154), de “las variantes de los significantes” (1978: 187).

Pero, pese a lo que sugiere su base etimológica, la Morfología se ha delimitado más comúnmente a partir de la noción de “palabra”, y su estatuto como dominio disciplinar se halla vinculado al reconocimiento de la palabra como unidad pertinente para la investigación lingüística.

Para Matthews (1980), por ejemplo, la Morfología viene a definirse como la teoría de la estructura de la palabra; según Varela Ortega (1990: 11), la Morfología, como disciplina lingüística, trata de “la forma interna de las palabras, más exactamente de su estructura”.

39 Por tanto, como advierte Martinet (1978: 191) la división —y la concepción— “de los dos capítulos principales de la gramática” que llegaría a los “albores de la era estructuralista” dependía enteramente de la noción de palabra, de su aceptación como unidad indiscutible y no problemática. De ahí que la división entrara en crisis al cuestionarse la pertinencia lingüística de la palabra, la validez de una unidad para la que, aún hoy, resulta difícil formular una definición adecuada.

40 Decía Bosque (1989: 32) que la mayor parte de las gramáticas tradicionales “poseen una distribución de capítulos que suele coincidir con las partes de la oración [...] En no pocas ocasiones el estudio aislado de cada una de estas partes constituye la gramática misma”.

41 Lo cual, como indican Llorente y Stati, daría cierta validez a su perspectiva (Llorente Maldonado, 1967: 242; Stati, 1972: 40)

42 Para los gramáticos clásicos “del mundo greco–romano” el problema de la palabra, era fundamentalmente, según Matthews (1980: 70) “un problema de clasificación”; de clasificar y subclasificar las palabras componentes de la oración. De conformidad con esa “afición clasificatoria y definitoria” (Gómez Asencio, 1986: 91) que caracteriza al modelo heredado, también la preocupación por clasificar las palabras dominaría en las gramáticas españolas del siglo XIX.

43 En todo caso, unas clases responderían a las “ideas que representan” y otras al “oficio que en la oración hacen”.

44 Sobre la subclasificación de las partes de la oración en la tradición gramatical comenta Matthews (1979: 71) que “desde nuestra óptica actual es difícil encontrar una traducción que sugiera todas las 'clases' o 'categorías' que [el término “accidentia”] encerraba para el antiguo gramático. De acuerdo con Donato (gramático del siglo IV), las características del “nombre” latino (una clase que englobaba tanto al sustantivo como al adjetivo modernos) incluían no sólo las categorías aparentemente familiares de género, número caso y grado de comparación. Sino también dos series más de distinciones que hoy son catalogadas de modo diferente. Una de ellas era la distinción general entre substantivos 'simples' y 'compuestos' [...] La otra distinción incluía todas las diferencias entre nombres comunes y propios, tipos diversos de nombres personales, varias subclases de nombres comunes, et. Todo ello constituyendo la “qualitas” o característica de 'ser de un cierto modo', origen etimológico de nuestra 'cualidad'. Como se verá, esta última característica admite una cantidad considerable de subclasificación jerárquica”.

45 Como indica Vázquez Rozas (1990: 428), la Academia, en un claro ejemplo de apego a la tradición clásica, no sustituiría hasta 1870 la división de las “partes de la oración” en “declinables” e “indeclinables” por la división en “variables” e “invariables”. Se sigue diciendo, no obstante, que las palabras “variables” se “declinan” y la “declinación”, como se ha dicho, no desaparece, aunque las palabras no se clasifiquen en primera instancia como “declinables” e “indeclinables".

46 La parte de la Morfología que, según Bosque (1986: 166), más nos acerca a la sintaxis

47 En lo que atañe a la manera de delimitar y de definir las categorías, la Academia patentiza en realidad esa utilización de criterios heterogéneos —nocionales, sintácticos, formales— que ha llevado a calificar las “partes de la oración” tradicionales como agrupaciones “asistemáticas”, carentes de un criterio ordenador que permita justificar como categorías de índole funcional —o semántica, o formal— las clases obtenidas. Las categorías de la Academia no son “nocionales” en cuanto que no se se definen sistemáticamente “por las ideas que representan” ni, evidentemente, categorías funcionales, en cuanto que no se delimitan ni se definen tomando como base únicamente la función, o el potencial funcional de las unidades en la combinatoria sintáctica. Son categorías híbridas, unas nocionales, otras, sintácticas, tomando en un sentido muy amplio el término “sintácticas". Tal como utilizan el término Gómez Asencio (1981) y Calero (1986) para referirse a los criterios, distintos de los “formales” y de los “semánticos” utilizados en la definición de las “partes de la oración”, “sintáctico” sólo indica positivamente que el criterio utilizado implica relación combinatoria con otras “partes de la oración". Pero la relación puede ser de simple “colocación” —de ahí que hablen de un criterio “sintáctico–colocacional”— o de “función” u “oficio”, conceptos en los que, a su vez, quedan incluidos aspectos tan diversos como “señalar el género y el número del sustantivo” —"oficio” asignado al artículo— como “designar el sujeto de la proposición”, “oficio” que Bello asigna al sustantivo.

48 En realidad, Benot no solo no acepta la prioridad de la Analogía sobre la sintaxis, implicada en la metodología tradicional, sino que, desde su punto de vista, carecía de sentido una parte de la gramática que tenía por objeto enseñar el valor de las palabras consideradas aisladamente, con todos sus “accidentes” y “propiedades” (Martínez Linares, 2001).

49 Al rechazar, con estos razonamientos, la división de la gramática en Analogía y Sintaxis, Bello apunta en realidad al orden metodológico, no al expositivo–didáctico que, en la práctica, acaba siguiendo.







Volumen 23 (2006)
ISSN: 1139–8736