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2.3. El formalismo
Ahora bien, los presupuestos en que se han basado los hombres para acercarse a conocer al mundo que los rodea, siempre se han debatido entre dos polos o, más bien, posiciones, muchas veces, contrarias y excluyentes: empirismo – racionalismo, materialismo – idealismo, dialéctica – metafísica. La lingüística tampoco se escapa de esta tendencia, como afirma Domínguez (ibid : 17): "el saber gramatical de nuestros tiempos se ha hecho entre ... dos corrientes teóricas y sus varios expositores". Se trata del funcionalismo, ya descrito en el apartado anterior, y el formalismo. El representante por excelencia de esta última corriente es Noam A. Chomsky. Fuertemente influido por las ideas de Descartes, este lingüista que además había estudiado física y filosofía, desarrolla una teoría interesante y polémica sobre los hechos del lenguaje que marcó profundamente la disciplina. De hecho, cada persona que tenga algo que ver con ella no puede sino, por lo menos, mencionar a Chomsky. Se conocen sus famosos diagramas arbóreos, los términos de estructura profunda y estructura superficial, la gramática como aparato generador mediante la cual se relacionan las dos. No quiero ahondar más en los conceptos y la teoría sino más bien en las ideas y convicciones que han llevado a Chomsky a formular su teoría tal como lo hizo.
Para Chomsky existe un fuerte vínculo entre el lenguaje y la mente. El lenguaje es una característica exclusivamente humana y evidencia procesos psicológicos altamente desarrollados en la especie. "En vista de la complejidad de este logro y de su carácter único en el hombre, resulta natural suponer que el estudio del lenguaje contribuye significativamente a nuestro conocimiento de la naturaleza de la mente humana y de su funcionamiento." (Chomsky 1978 : 7)
Si el lenguaje es una de las actividades fundamentales que distingue el hombre del animal no es posible describirlo en términos conductistas de estímulo – respuesta. Chomsky rechaza la posición bloomfieldiana y destaca la creatividad del lenguaje, aspecto sorprendente y a la vez cautivador. Cada hablante, sin importar de qué comunidad lingüística forma parte, hace un uso infinito del lenguaje a partir de unos elementos finitos. Este hecho no se deja reducir a una visión mecánica. Pero al declarar la fuerza renovadora del lenguaje, Chomsky no reconoce lo que lo hace realmente creativo: la interacción verbal en situaciones cada vez diferentes y nuevas. Para Chomsky el uso del lenguaje "no está restringido a ninguna función práctica de comunicación" (ibid : 71). Niega completamente el aspecto social del lenguaje y hace de los hablantes individuos en el sentido estricto de la palabra que, aparentemente, no tienen que interactuar lingüísticamente. El lenguaje como medio de manifestar nuestras intenciones no existe o, por lo menos, no le importa a Chomsky. En la búsqueda de una descripción adecuada acerca de esta capacidad humana (y los procesos mentales subyacentes) hace la siguiente afirmación tan controvertida:
Lo que concierne a la teoría lingüística es un hablante-oyente ideal, en una comunidad lingüística del todo homogénea, que sabe su lengua perfectamente y al que no afectan condiciones sin valor gramatical, como son limitaciones de memoria, distracciones, cambios del centro de atención e interés, y errores (característicos o fortuitos) al aplicar su conocimiento de la lengua al uso real. (1971 : 5)
El precio de esta posición teórica es alto: "the language has to be so idealized that it bears little relation to what people actually write – and still less to what they actually say." (Halliday 1985 : xxviii)
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