ISSN: 1139-8736 Depósito Legal: B-35784-2001 Copyright: © Alexandra Álvarez Muro |
1.5. ESCRITURA Y PODER
La escritura implica poder. En Cumboto, la novela de Díaz Sánchez sobre la vida en una hacienda venezolana, en una zona de población negra, se marca la diferencia entre el mundo de la biblioteca, el de los blancos, y el de los negros, fuera de ella. La puerta de la misma marca la frontera entre el mundo de los amos y el de los esclavos. El personaje principal, Natividad, describe a Federico, su amo blanco, en estos términos; "Yo le miro desde la penumbra de la biblioteca y detallo una vez más sus puros rasgos adelgazados por la intensa vida interior"; él mismo se pregunta "¿A cuál de los dos mundos pertenecía yo? ¿Al del alegre sol que dora los mangos y ennegrece la pulpa del coco haciéndole brotar el aceite, o al de la blanca penumbra que resbala sobre los pisos brillantes y fríos?" (Díaz Sánchez 1973:19).
Kress (1979) opina que el analfabetismo estigmatiza y por ello, los analfabetos ocultan su desconocimiento de la lengua escrita. Hace poco presencié una conversación entre un ingeniero y una campesina cuyo dialecto me llamó la atención: la mujer era de Los Nevados, un pueblo de la Sierra Nevada de Mérida, Venezuela en los Andes venezolanos, de muy difícil acceso, ya que hay que caminar muchas horas, o ir en mula, para llegar allá. Ella le pregunta a él si conocía algún trabajo para su hijo, que cuidaba bestias. El ingeniero le comenta que había visto varios avisos en el periódico "Frontera", de la zona, que podía comprar en Tabay, una población que le queda en el camino y que ciertamente llegaría a tiempo para adquirir un ejemplar, en un quiosco, ese mismo día. Ella le responde "Cuando usted lo vea, entonces, dígale que mi hijo sabe cuidar animales". El ingeniero le repite que él no conoce a la persona que ofrece el trabajo, sino que ha visto un aviso clasificado en el diario. Al fin intervengo, porque creo que la señora no ha oído bien o no entiende por diferencias dialectales (él hablaba un dialecto urbano muy diferente prosódicamente del de la anciana). Después de varios rodeos me responde: "Le voy a decir a mi sobrino que compre el diario mañana, él sí sabe leer, mi hijo, no". A lo que supuse que ella tampoco sabía leer y que, lejos de ser ella la que no había comprendido, era yo quien no entendía que el diario no le habría servido de nada.
Los que poseen el código de la escritura, en las sociedades en donde subsiste el analfabetismo, tienen más poder que los que no lo tienen, entre otras cosas porque no tienen acceso a la información que se transmite por vía escrita. Según Kress, este uso activo de la lengua escrita -escribirla antes que leerla- sólamente la tienen los miembros de los grupos socioeconómicos más altos. Es posible también que esos grupos lean apreciablemente más que los grupos más bajos, y aún que lean más de lo que escriben.
La distancia social que existe entre oralidad y escritura podría entenderse como un tipo de diglosia entre estas dos formas, de una situación de bilingüismo estable en la que un mismo grupo comparte dos códigos, uno de los cuales tiene un estatus sociopolítico inferior; el código alto cumple entonces las funciones de gobierno, educación, religión, etc. y el bajo queda relegado al hogar, a la familia y a los amigos.
La justicia se lleva a cabo en la casi totalidad de sus instancias, de forma escrita -sólo recientemente se comienza a instaurar el juicio oral- lo cual representa una clara desventaja para todo aquel que no maneje hábilmente la escritura, y lo seguirá siendo a pesar del cambio en la forma judicial, debido a que también para ese tipo de oralidad formal se necesita una instrucción muy especial. Generalmente se da una correlación entre el analfabetismo y la pertenencia o bien a una clase social urbana no favorecida, o al campesinado. Esta correlación pareciera darse solamente cuando en la misma sociedad coexisten los dos códigos, pero no ha existido siempre en las sociedades orales. Ejemplo de esto es la alta estima social que tiene la clase de los griots, en Ghana, los narradores orales portadores de la historia y la tradición, y en los llanos venezolanos, el prestigio del que gozan los copleros o versificadores.
El poema de Florentino y el Diablo, de Arvelo-Torrealba, es un enfrentamiento fáustico entre Florentino, un cantador y el diablo en un duelo cantado: el saber cantar bien o hablar poéticamente es en el llano una forma del poder que pueden vencer hasta a aquel "que no bebe agua nunca" (cf. Espar, 1998). Así, en un duelo desigual, porque es Florentino, quien sabe de coplas y corríos, el llanero muestra su superioridad ante las fuerzas de la naturaleza y el mismo señor de los infiernos cuando dice:
El trueno y el desafío
me gusta escuchar el rayo
aunque me deje aturdío
me gusta correr chubasco
si el viento lleva tronío
Águila sobre la quema,
reto del toro bravío.
Cuando esas voces me llaman
siempre les he respondío.
¡Cómo me puede callar
coplero recién vestío!
(Arvelo- Torrealba citado en Espar, 1998:125)
La escritura conforma también la capacidad de abstracción, la forma de pensar y la forma de estructurar el discurso. Son conocidos los estudios de Luria sobre la capacidad de abstracción que tienen quienes participan del código escrito, porque la escritura conforma también la estructura del pensamiento (cf. Ong, 1987). Como veremos más adelante en la sección sobre figuras discursivas, la oralidad configura una cierta forma de contar, así como la escritura configura otra, diferente.
Veremos que los hablantes más apegados a la oralidad poseen una mente más plástica, más artística que quienes viven en la escritura. Sin embargo, si bien esto podría verse como una ventaja de quienes manejan bien la oralidad, sobre quienes están contaminados por la escritura, la sociedad no lo ve así. Según Roberts y Street (1998), la estigmatización de la iliteralidad es parte de un discurso ideológico más amplio que devalúa las literalidades vernáculas y las variedades no estándares como prácticas orales. Estos autores consideran que la existencia de un estándar, o una norma, implica la no-tolerancia de la variación lingüística. Al imponerse un estándar éste es mantenido por los guardianes de la lengua, que controlan y prescriben las reglas del juego también en la economía política. (Roberts y Street 1998: 175). Algunas estructuras de la oralidad, como el paralelismo, por ejemplo, son descartadas por la sociedad de la escritura, quizás incluso inconscientemente. Tienen prestigio, en todo caso, aquellas formas de hablar que se asemejan más a la escritura.
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