ISSN: 1139-8736
Depósito Legal: B-35784-2001

1.2.1. La formulareidad

La formulareidad es una de las características más interesantes para quien estudia la función poética o textual del lenguaje. Se trata de la recurrencia de fórmulas o grupos de palabras empleadas regularmente en las mismas condiciones métricas para expresar una idea esencial dada (Parry 1971:272, citado en Ong 1987:32) que le confiere a la oralidad un carácter más bien circular. La circulareidad, puede verse, comúnmente, en textos del páramo de la cordillera de Mérida, Venezuela, como veremos más adelante.

Formulareidad implica la no-importancia de la originalidad, éste último un concepto que se comienza a cultivar en el romanticismo. Anteriormente, la oralidad había cultivado el uso de fórmulas que se repetían para darle ritmo al canto y también para ayudar a la memoria. La Grecia homérica "cultivaba, como una virtud poética e intelectual, lo que nosotros hemos considerado como un vicio" (Ong 1987:32). Quizás la crítica de Platón a los poetas, en el Fedro, se debe al nacimiento de la escritura y con ella el choque de la mente moldeada por la escritura con la mente de la oralidad; ya perdida para siempre.

La fórmula es entonces una repetición que se da en diferentes lugares de un texto, o en diferentes situaciones. Para comprender lo que es una fórmula, pensemos en las expresiones de saludo. Al saludar repetimos ciertos segmentos, tales como hola, ¿qué tal? ¿cómo estás? y esperamos en la respuesta otros como hola, bien, etc. Estas expresiones se encuentran aisladas o en grupos de varias de ellas y significan únicamente 'te saludo', no esperándose encontrar ninguna información referencial en ellas. Más bien sirve a la economía del lenguaje, en el sentido de que no necesita de mucha creatividad.

En la escritura, la formulareidad se encuentra en un grado muchísimo menor que en la oralidad; el lector no espera normalmente encontrar fragmentos repetidos, salvo en algunos estilos de poesía escrita o quizás en cierto tipo de documentos, como en las cartas, en los escritos jurídicos, donde la fórmula dice del tipo de documento pero donde la información nueva está reducida al máximo. Es por ello que el lector espera encontrar la idea escrita como "nunca tan bien expresada" (Pope, An Essay on Criticism (citado en Ong 1987: 30). Si el oyente encuentra, bueno lo que se repite, lo prefabricado y lo disfruta, el lector no lo estima.

Brown y Yule (1993) hacen referencia a la necesidad de la repetición para ayudar a la memoria, en el caso de la lectura de noticias, tanto en la radio como en la televisión. Los espacios noticiosos, que constituyen la lectura de textos escritos, implican también una intromisión de la oralidad en la escritura: comienzan generalmente con la lectura de los titulares, siguen con el desarrollo de la noticia en sí y retoman antes de terminar, nuevamente, los titulares de las noticias más importantes, como para recordarle al oyente o televidente lo que ha oído. Es curioso, sin embargo, que esta manera de "recordatorio" se encuentre también en formas escritas muy formales, como en los artículos científicos, donde el resumen inicial y las conclusiones cumplen en gran medida la función de recapitular.

La causa de esto encuentra quizás sus raíces en el prestigio lingüístico que mantiene la lengua escrita sobre la oral, transmitido del poder que sostienen quienes manejan la palabra escrita sobre quienes no lo hacen. La brecha se hace enorme en la sociedad latinoamericana, porque la distancia existe no solamente entre quienes usan la escritura para fines cotidianos y quienes la utilizan profesionalmente, sino entre quienes la conocen y quienes, o bien no la conocen para nada, o bien manejan apenas rudimentos de ella para fines elementales. Los hablantes suelen considerar su propio lenguaje como "defectuoso, antigramatical, deformado, impropio y deficiente de una manera u otra" (Kress 1983:66). Estos juicios se derivan de concepciones derivadas de la lengua escrita y no de la hablada.

Según Brown y Yule, oralidad y escritura le plantean a los usuarios exigencias diferentes, porque las señales paralingüísticas sólamente existen en aquella. Por una parte se le exige al escritor suplir estas señales con otras convenciones. Por la otra, la exigencia que se pone al hablante es la de realizar una serie de operaciones en el momento, para poder cumplir con la comunicación, pero tiene la ventaja de poder cambiar el próximo texto en función de la reacción que ha manifestado el oyente hacia el actual. Así dicen Brown y Yule:

Tiene que controlar lo que acaba de decir y determinar si concuerda con sus intenciones, al mismo tiempo que enuncia la expresión en curso, la controla y plantea simultáneamente su siguiente enunciado para ajustarlo al patrón general de lo que quiere decir, mientras vigila, además, no sólo su propia actuación, sino su recepción por parte del oyente. No posee un registro permanente de lo que ha dicho antes, y sólo en circunstancias especiales puede tener notas que le recuerden lo que va a decir a continuación (Brown y Yule, 1993:23).

En literatura el texto es definitivo, y sólamente se expresan dudas con respecto a textos anteriores en los estudios filológicos, por ejemplo. En la literatura medieval un texto puede haber variado según la sucesión de copistas que haya intervenido en su difusión, según las diversas convenciones ortográficas y asimismo, según la procedencia dialectal de estos obreros de lo escrito, quienes podían influir en la transmisión del original. Hay que recordar que hasta hace muy poco la fidelidad del texto era una virtud desconocida.

La escritura nace sobre todo por la dificultad que significa para la memoria la retención de grandes segmentos, sobre todo, para su retención exacta. La cita textual es un invento tardío en la historia de la humanidad, antes mucho más generosa en compartir su propiedad intelectual que ahora. Es el romanticismo, con su intensificación de lo individual, quien rompe con la intertextualidad gratuita que se conservó hasta el medioevo.

Muchos de los prejuicios que tenemos sobre la oralidad nos vienen del prestigio que ha tenido la escritura en los estudios escolares; otra hubiera sido la historia si la hubiéramos asociado más a la música. La oralidad es secuencialidad sonora, una línea en el tiempo que se transmite entre hablante y oyente, una línea de sonidos que se desvanecen al desaparecer la emisión. Al igual que la música, su vida es efímera, a menos que se traduzca al medio escrito o se conserve por medio de los métodos de grabación. El hablante transmite un mensaje que debe modularse con una melodía, estar acompañado de un cierto ritmo y seccionarse con espacios libres, también al igual que la música. La lengua hablada acompaña su mensaje musical con la entonación, el ritmo y la pausa, de forma muy semejante que la voz que canta. Por lo tanto, pensar desde la música y no desde la escritura, como se hizo, nos hubiera llevado más lejos en la comprensión de la lengua de todos los días.

Según Blanche Benveniste (1998) el partir de la escritura, para estudiar la oralidad, permitió que se arrastrara la tradición de la lengua escrita a la lengua oral. Por ejemplo en la elaboración de unidades como palabra, frase o párrafo, que no tienen una directa correlación con las unidades del habla. La misma oración podría no ser una unidad fundamental de la oralidad. Según esta escritora, el estudio de la oralidad hará revisar muchos de los principios de análisis además de las unidades, los conceptos como la coordinación, el complemento, etc. Se da, a nuestro modo de ver, esta transferencia, en el concepto de paratono, cuando se entiende que en el discurso oral hay unidades estructurales que adoptan la forma de "párrafos del habla" (Brown y Yule, 1993:133). Si bien se entiende la idea de que el paratono engloba una estructuración prosódica mayor, no se explica por qué la necesidad de partir de la escritura para darle nombre a algo que nace y muere en la oralidad.

Blanche-Benveniste propone el término "pre-texto" para los borradores y los estados intermedios que asume un texto escrito antes de ser puesto en circulación y dice "la mayor parte de las producciones orales deben ser tratadas como "pre-textos". (Blanche- Benveniste, 1998): 22). Este concepto tiene una fuerza descriptiva indudable desde el punto de vista del analista y quizás para lo que es la "sensación" del hablante de emitir algo inacabado en todo caso de aquel que sabe escribir. Si embargo, no debemos olvidar que, precisamente, esa es una de las grandes diferencias entre los dos sistemas. La preparación de la escritura y la improvisación de la oralidad.

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