ISSN: 1139-8736 Depósito Legal: B-27863-2001 |
ESTRATIFICACIÓN SOCIAL DEL TABÚ LINGÜÍSTICO: EL CASO DE PUERTO RICO
Humberto López Morales
Universidad de Puerto Rico, Asociación de Academias de la Lengua Española
1. A pesar de las reiteradas llamadas de atención de algunos investigadores sobre la importancia del estudio del tabú desde el punto de vista sociolingüístico, la bibliografía que es posible reunir sobre el tema sigue siendo sustancialmente raquítica. Es verdad que han proliferado las puntualizaciones teóricas -semánticas, en la mayoría de los casos- los estudios dialectales, principalmente en tierras hispánicas, y sobre todo, los escritos amables y superficiales, pero aunque algunos de estos trabajos puedan arrojar alguna luz sobre nuestro asunto, falta mucho por hacer en este terreno.
Quizás una de las razones de mayor envergadura que ha desanimado a los estudiosos a entrar en el tema sea el estado, teóricamente precario, en que se encuentra la variación léxica, marco no solo justo sino imprescindible para acercarse al tabú lingüístico. En el ámbito variacionista es la sintaxis la que sigue acaparando la atención de los sociolingüistas y produciendo unos estudios saludablemente encontrados y polémicos, aunque como es razonable suponer, también hay alguna paja junto al grano maduro.
No es mi intención aquí ni presentar un estado de la cuestión del variacionismo léxico ni entrar en justificaciones pormenorizadas sobre las condiciones que deben reunir las lexías para pertenecer a un mismo conjunto de equivalencias. Es muy numerosa y heterogénea la bibliografía que apoya la existencia de paralelismo semántico entre diversas unidades tabuizadas, las propiamente eufemísticas y las no marcadas o neutrales: [bicho, daga, hierro/fierro - pipí, pichula, pájaro, tocineta, penca - miembro masculino, parte del hombre, pene] constituyen en Puerto Rico un claro ejemplo de lo dicho. Una buena definición lexicográfica de cada una de estas lexías nos hará ver de inmediato que son sinónimos perfectos; todas ellas, consecuentemente, pueden compartir los mismos contextos lingüísticos. Las diferencias que se observan en su uso, a veces muy profundas y marcadas, obedecen bien a divergencias sociolectales o/y contextuales, pero de carácter social. Paso por alto aquí las posibles neutralizaciones que puedan p
oducirse en el discurso oral o escrito entre términos de semántica diferente y cualquiera de los del conjunto de nuestro ejemplo: una lexía como tareco, que de ordinario significa 'trasto, trebejo' podría incorporarse ocasionalmente al conjunto de equivalencias donde se encuentra pene, gracias a un contexto como el siguiente: 'El bulto de la portañuela parecía indicar que el tal Marino tenía tremendo tareco'. Pero transitar por este camino ahora nos llevaría demasiado lejos.
2. El objetivo de este trabajo es presentar una serie de datos empíricos, resultantes de una investigación de campo realizada en Puerto Rico, tras las lecciones metodológicas aprendidas en un estudio experimental anterior.
Se trataba de poner en relación asociativa dos conjuntos de datos, lingüísticos, de una parte, y sociales, de otra. Los lingüísticos serían recogidos en la misma investigación, pues aunque se contaba con trabajos dialectales y lexicográficos en los que basarnos, nuestros objetivos no aconsejaban su aprovechamiento exhaustivo. Para una primera etapa del estudio se seleccionaron seis lexías, cuya tabuización parecía fuera de duda: tres de ellas correspondían al español general (culo, cojones, puñeta, esta última en el sentido de masturbación) y otras tres, privativas del español de la isla (bicho, crica, chichar, pene, vagina y fornicar, respectivamente). Las variantes que cada una de estas lexías tabuizadas produciría en Puerto Rico, del tipo que fuesen, irían apareciendo al responder a algunas preguntas del cuestionario, que tenían la siguiente estructura:
En el contexto comunicativo X , ¿usaría usted la palabra Y (tabuizada)?
En caso de que la respuesta fuera negativa, se preguntaba:
¿Qué palabra utilizaría usted entonces?
Los resultados obtenidos pueden verse a continuación:
bicho
[pene 25.3, miembro masculino 7.4, pipí 2.1, hierro/fierro .4, penca .4, aparato .1, pájaro .1, pichula .1, tocineta .1, daga .1, parte del hombre .1, genital .1]
crica
[vagina 14.4, vulva 6.6, la cosa/cosita/coso 3.1, pájara/pajarita 2.4, partes (íntimas) de la mujer 1.6, popó .6, eso .4, cuca .4, cuchito .1, cucaracha .1, cocusa .1, chomba .1, lo de abajo .1, matriz .1, pelvis .1]
chichar
[hacer el amor 20.5, tener relaciones (íntimas) 14.1, meter mano 2.7, coito 1.4, copular 1.1, acostarse 1, bregar .8, traquetear .6, hacer cosas obscenas .6, eyacular .5, dormir .4, jugar .1, hacer cuchi-cuchi .1, hacer chiqui-chiqui .1, hacer fresquerías .1]
En cuanto a las variables sociales, dos de ellas pudieron ser utilizadas en el diseño de la muestra: sexo y edad, ambas manejadas en el censo poblacional que sirvió de base al establecimiento de cuotas con afijación proporcional. La variable nivel sociocultural, sin embargo, no pudo ser establecida a priori, pues el censo solo ofrece datos sobre escolaridad, y no sobre profesiones e ingresos, los otros dos parámetros de base; cada uno de ellos fue adecuadamente cuantificado. Cada sujeto obtenía una puntuación final como consecuencia de una sumatoria paramétrica ponderada, lo que lo llevaba a ocupar un punto específico en el perfil sociocultural de la muestra. Este continuum fue convertido en cuatro unidades discretas: nivel medio alto, nivel medio, nivel medio bajo y nivel bajo. El total de la muestra quedó construida por 171 sujetos, lo que representa el 0.041 del universo estudiado. Se trató de una muestra empírica preestratificada en cuanto a sexo y edad (tres generaciones: I, 20-35; II, 36-55; III, más
e 55) y postestratificada con respecto al nivel sociocultural.
El tratamiento que debía dársele en el cuestionario a las situaciones comunicativas era algo más complejo que carecía de antecedentes precisos. Era evidente que de los tres factores que suelen determinar estos contextos había que excluir el tema, puesto que esta era la variable dependiente de la investigación; quedaban la caracterización social del receptor, por una parte, y el contexto comunicativo, por otra. Las situaciones presentadas deberían provocar una variación diafásica controlada y claramente diferenciada. Se construyeron unas 30 situaciones de interacción posible, combinando diversos tipos de receptor (un amigo íntimo, un cónyuge, un desconocido, un grupo de colegas, etc.) y una serie de contextos comunicativos (a solas, en un bar, en un autobús, en una asamblea, en una entrevista, etc.). Estas situaciones se llevaron a una encuesta previa para saber cuáles constituían en Puerto Rico, concretamente en San Juan,
situaciones de espontaneidad, neutrales o cuidadosas. Se seleccionaron aquellas en que hubo coincidencia de los sujetos en un 90 por ciento, 12 en total, cuatro por cada tipo de situación. Por ejemplo:
Hablando con un amigo íntimo del mismo sexo a solas/espontaneidad
Hablando con compañeros ocasionales de viaje en un autobús/neutralidad
Haciendo declaraciones ante un tribunal de justicia/formalidad
Los cuestionarios, completamente anónimos, fueron respondidos en solitario; se devolvieron en sobres cerrados idénticos y sin marcas de ningún tipo. No era posible la identificación del sujeto.
3. La tabulación electrónica de los 171 cuestionarios revisó las 12,312 respuestas posibles (4,104 por cada estilo) y consignó que de este total, los sujetos habían dado respuestas positivas al uso del tabú en un 48 por ciento de ellas (1,974). Una primera conclusión, aunque relativa, que podemos sacar de esta cifra es que la comunidad de habla de San Juan se muestra poco conservadora lingüísticamente. La provisionalidad de esta afirmación resulta del hecho de que hasta la fecha solo otra comunidad -Las Palmas de Gran Canaria- ha sido estudiada con la misma metodología, y en ese caso, el porcentaje de uso de lexías tabuizadas fue de 37.7%.
Las dos primeras hipótesis de esta investigación quedaron corroboradas empíricamente:
En efecto, los hombres favorecen la tabuización en un 65.3 por ciento, mientras que las mujeres lo hacen solo en un 34.6. El Cuadro 1 nos deja ver que el comportamiento de ambos sexos es sustantivamente idéntico en cuanto a la variación por estilos: tanto unos como otras hacen descender sus índices de empleo de las lexías tabúes al pasar del estilo más espontáneo al neutral, y de este al más cuidadoso. Se advertirá, sin embargo, que en todos los casos las cifras femeninas son más bajas.
A | B | C | |
M | 936/23% | 290/7% | 64/2% |
F | 577/14% | 81/2% | 26/1% |
N | 1974 |
Cuadro 1. Uso del tabú según sexos y estilos
Otro tanto puede decirse de las generaciones: a medida que se sube en el espectro generacional disminuye el uso del tabú (53% en la primera generación, 34.4 en la segunda y solo un 12.5 por ciento en la tercera). El Cuadro 2 muestra que, con respecto a los estilos, el patrón de comportamiento es claramente estratificatorio, igual que ocurre con los sexos, es decir, las tres generaciones disminuyen el empleo de tabuizaciones a medida que abandonan el estilo más espontáneo hacia el más cuidadoso. Aunque en todos los casos la primera generación va por encima o iguala a la segunda, esta última siempre ofrece perfiles superiores a la tercera: el descenso de los jóvenes -de un 20 a un 1 por ciento- es el más drástico de todos.
A | B | C | |
I | 818/20% | 172/4% | 57/1% |
II | 543/13% | 117/3% | 21/1% |
III | 153/4% | 82/2% | 12/0% |
N | 1974 |
Cuadro 2. Uso del tabú por generación y estilos
A | B | C | |
1 | 427/10% | 136/3% | 14/0% |
2 | 498/12 | 86/2% | 27/1% |
3 | 459/11% | 114/3% | 31/1% |
4 | 129/3% | 35/1% | 18/0% |
N | 1974 |
Cuadro 3. Uso del tabú por nivel sociocultural y estilo
Como se ve, la hipótesis inicial no obtuvo corroboración empírica, pues el sociolecto más alto no fue el más conservador, sino el más bajo, invirtiendo de este modo nuestras suposiciones iniciales. Cuando se obtuvieron estos resultados no teníamos punto alguno de comparación, por lo que no fue posible postular si se estaba ante una especie de universal, hispánico al menos, o el hecho de encontrar una actitud lingüística más conservadora en el sociolecto más bajo del espectro debía ser explicado como un rasgo idiosincrático de la comunidad de habla de San Juan.
La investigación de Martínez Valdueza en Las Palmas vino en nuestro apoyo. Su tesis doctoral, que seguía las pautas principales de la investigación sanjuanera, reveló que al parecer la segunda de nuestras hipótesis explicativa era la más plausible. En la capital grancanaria, el sociolecto más conservador no era el más bajo del espectro, sino el medio bajo, el 3, aunque en ningún caso las diferencias son tan considerables como las obtenidas en Puerto Rico. Sin embargo, si se repara con cuidado en los porcentajes se verá que los números pueden agruparse en dos: los sociolectos altos (entre un 41 y un 42) y los bajos (entre un 38 y un 35) aproximadamente. El contraste entonces no parece ser demasiado definitivo en cuanto al mayor conservadurismo -relativamente hablando- del sociolecto bajo, sino en el comportamiento del nivel más alto, el más liberal en Las Palmas, y después del bajo, el más conservador en San Juan.
1 | 1011/41.6% |
2 | 1592/40.9% |
3 | 2485/34.9% |
4 | 2244/37.8% |
Cuadro 4. Uso del tabú por nivel sociocultural (Las Palmas)
Estos contrastes no nos permiten despejar la incógnita de manera diáfana, por lo que será necesario que se estudien otras comunidades de habla para poder establecer nuevos contrastes.
5. Otro de los objetivos de la presente investigación, además de ofrecer datos para establecer una estratificación social del uso del tabú lingüístico, era la medición del grado de tabuización de las lexías examinadas, puesto que parecía evidente con solo mirar los datos de frecuencia que no todas estaban tabuizadas en igual grado. Este 'grado de tabuización' se midió a través de una fórmula, ejecutada directamente por el programa de ordenador confeccionado ad hoc para esta investigación, fórmula que tomaba en consideración diversos factores. El razonamiento que sirvió de base a la elaboración matemática era muy simple: a medida que el tabú apareciera en más casillas (sexo, generación, nivel sociocultural, estilo) la tabuización era menor; la restricción de casillas, por el contrario, hacía disminuir el grado de tabuización de la lexía. No era lo mismo que la palabra se encontrara en uso en un solo estilo de un solo nivel sociocultural de una sola generación de un solo sexo, que ese
so fuese más compartido.
Los número arrojados por la fórmula fueron proyectados sobre una escala de 0 a 100. Las palabras tabuizadas deben conseguir, para quedar catalogadas como tales, una puntuación superior a 50. Las que obtienen entre 50 y 75 están débilmente tabuizadas; las que sobrepasan esta puntuación, están fuertemente tabuizadas en la comunidad en cuestión. Se trata, naturalmente, de una propuesta que puede permitirnos afinar mucho más el análisis del tabú lingüístico: una afirmación como "la palabra x está tabuizada en la comunidad y y en la z" no ofrece información demasiado interesante, porque aun siendo esto cierto no especifica si están tabuizadas de idéntico modo o si ambas presentan gruesas diferencias de grado.
Es muy posible que las tres lexías panhispánicas que utilizamos en esta primera etapa de la investigación -cojones, culo, puñeta- estén tabuizadas en todas las comunidades de habla del mundo hispánico, pero de momento sabemos que en San Juan culo está débilmente tabuizada, pero cerca de la frontera (73), que puñeta está en el límite mismo (75) y que cojones, con cerca de 80 puntos, está fuertemente tabuizada. ¿Qué pasará en otras comunidades?
6. Los elementos léxicos que sustituyen -y a veces conviven con el tabú- son de variada naturaleza: tecnicismos como pene, vagina, ano, expresiones neutras como órgano sexual femenino, tener relaciones sexuales, eufemismos propiamente tales como hacer el amor, sentadera, cucaracha, e incluso términos, que empezaron siendo eufemísticos en algún sentido y que hoy se han tabuizado completamente: daga por bicho, chocha por crica, etc.
Las seis palabras tabuizadas estudiadas produjeron un total de 14 tecnicismos, aunque usados con una frecuencia muy desigual. La nómina de eufemismos, como era de esperar, resultó más abultada -unos 48- que la de tecnicismos; algunos alcanzan una frecuencia considerable, pero 19 de ellos, casi el 40% aparecen con frecuencia 1, lo que indica que el abanico se abre aquí mucho, gracias a eufemismos pintorescos pero de escaso uso.
Los eufemismos se resisten más a un análisis de conjunto, pues muchos de ellos presentan distribuciones muy propias y apenas comparables. Hay eufemismos 'femeninos', los que resultan mayormente patrocinados por las mujeres (la cosa, la cosita, el coso para crica o el infantil pipí para bicho), y los hay masculinos (hierro/fierro para bicho); otros son claramente generacionales: 'partes íntimas de la mujer' lo usa solo la segunda generación, pájara/pajarita (para crica) las dos primeras, y 'entretenerse con el miembro' solo la primera. La tercera generación que, en general, es menos eufemística, no usa términos privativos, ni tan siquiera mayoritarios.
También hay eufemismos exclusivos o casi exclusivos de algunos sociolectos: pájara/pajarita de los altos, igual que pipí, meter mano (para chichar) y tener relaciones íntimas. Acostarse aparece solo en el sociolecto 1, junto a dormir y hacer cuchi-cuchi; bregar solo se da en los sociolectos intermedios, mientras que traquetear y el moralista 'hacer cosas obscenas' en el más bajo del espectro.
Cuando se comparan los sociolectos con los estilos la variación diafásica deja en claro el diverso grado de permisividad social de los eufemismos: mientras que algunos llegan con lozanía al estilo más cuidadoso, otros no pasan (o pasan levemente) del estilo espontáneo: es el caso, por ejemplo, de meter mano, bregar y pipí. Tal circunstancia parecería indicar que estos eufemismos recibe cierta estigmatización en esa comunidad de habla. A pesar de tales características, este análisis deja en claro que las mujeres son más eufemísticas que los hombres en todos los estilos, sobre todo en el B. Por otra parte, el patrón generacional es bastante irregular: en el estilo A es la primera generación la que hace mayor uso de eufemismos, seguida de la segunda y finalmente de la tercera. Aunque las generaciones extremas se mantienen fieles a estas proporciones, la segunda, en cambio, aumenta considerablemente los eufemismos a medida que va a los estilos neutral y cuidadoso (1.7> 3.2> 6.3); es el único perfil asc
ndente porque las otras generaciones, por el contrario, disminuyen el uso de eufemismos en el estilo C.
Al repasar los datos para sociolectos y estilos el patrón distributivo que emerge es muy curioso: el sociolecto alto disminuye el uso de eufemismos cuando se mueve a estilos más cuidadosos; el medio aumenta ligeramente los eufemismos en el estilo B para después bajar el porcentaje..En cambio, aunque en verdad se trata de diferencias minúsculas, los dos sociolectos más bajos del espectro aumentan sus eufemismos en los estilos menos espontáneos. Cuantitativamente los sociolectos altos son más eufemísticos: 2.1 es la media para el sociolecto medio-alto y 2.5 para el medio; 1.2 y 0.3 para los dos restantes.
Quizás las notas generales más característicos de esta comunidad de habla, aparte de su poco conservadurismo lingüístico, es que los hombres utilizan más tabúes que las mujeres y consecuentemente menos tecnicismos y eufemismos, patrón que queda claramente invertido en el caso del sexo femenino. Coinciden, en cambio, en ofrecer perfiles descendientes para el tabú y ascendentes para los tecnicismos, pero quebrados, con cúspide central, para los eufemismos. Quizás la explicación más aceptable sea el diverso grado de permisibilidad social de los eufemismos, algunos con principios de estigmatización, como debió de sucederle al tabú que le dio vida, en oposición al tecnicismo, de total aceptabilidad en toda ocasión.
Algo parecido ocurre con el factor generación: la generación joven va a la cabeza en el uso del tabú, seguida de la segunda y de lejos, por la tercera; el esquema es perfectamente estratificatorio. El descenso del perfil diafásico es muy claro. También la generación joven encabeza los porcentajes de tecnicismos y las otras dos siguen idéntica distribución; en contraste con el tabú, el perfil diafásico es ascendente. Los eufemismos son de uso aparentemente más errático; lo que queda claro es que la tercera generación es muy poco eufemística en todos los estilos; las dos primeras lo son algo más, pero mientras los más jóvenes utilizan menos eufemismos en el estilo más cuidadoso, los de la segunda aumentan aquí su número.
Otro punto importante que parece quedar en claro es el extremo conservadurismo del sociolecto más bajo del espectro, que tampoco favorece mucho los tecnicismos, que en su mayoría desconoce, y muy parcamente los eufemismos (de esas cosas no se habla, comentó uno de estos sujetos). Respuestas de este tipo, junto a las notables proporciones de expresiones neutras pueden explicar la curiosa situación. Le sigue el sociolecto más alto, aunque aquí los tecnicismos y en menor medida los eufemismos vienen en su sustitución en proporciones importantes. Los sociolectos intermedios, en cambio, son los más liberales y al mismo tiempo, los mayores usuarios de tecnicismos y de eufemismos, aunque con la variación diafásica ya indicada.
Solo investigaciones paralelas llevadas a cabo en otras comunidades de habla podrían confirmar el grado de pertinencia de los hallazgos de esta investigación.
ISSN: 1139-8736 Depósito Legal: B-27863-2001 |