ISSN: 1139–8736


3.2 El estatus de la oración

En cuanto a la oración, definida a partir de la unidad de sentido66 —“palabra ó reunión de palabras con que se expresa un concepto cabal” (GRAE, 1888: 18)—, el espacio67 que le reservan las gramáticas académicas de la segunda mitad del XIX deja entrever la escasa relevancia que reviste como unidad gramatical. Por lo demás, tampoco las referencias que se hacen en el capítulo“De las oraciones” a las funciones sintácticas, o la imagen que se proyecta de la organización oracional, permiten inferir una concepción de la oración como red de funciones significativas o como una estructura articulada, integrada por constituyentes de diversa complejidad que componen una representación semántica68. Antes bien, vienen a corroborar las insuficiencias que, en lo que respecta a al reconocimiento de conceptos y unidades de índole sintáctica, evidenciaba ya la Sintaxis en las consideraciones sobre el régimen, la construcción y la concordancia.

Por lo que atañe a los conceptos que podemos considerar relativos a las funciones sintácticas primarias —sujeto, complemento directo, complemento indirecto—, la Academia, a partir de 1870, mencionaría como componentes potenciales de las oraciones, además del “sujeto” “que pone en acción al verbo” (GRAE, 1888: 245), los “complementos” “en que termina la acción o aplicación del verbo” (ibid.) y que, conforme a la distinción introducida en las gramáticas francesas69, podían ser “directos” —Adán cultivó LA TIERRA (GRAE, 1888: 251)— o “indirectos”: Voy á MADRID, El general no deja dormir á los soldados (ibid.).

Sin embargo, no parece que las propiedades relacionales asociadas a estos elementos sintácticos sean conceptos nucleares a los que se haya prestado atención en la elaboración de los tratados gramaticales.

Dejando al margen que la noción de “complemento” coexiste con la de “caso” —introducido en la Analogía— y con el concepto de “régimen” del verbo (Vázquez Rozas, 1990), sin que se aclaren —o incluso se planteen— las relaciones entre estos conceptos, las referencias académicas al sujeto o a los complementos no pasan de ser una mezcla de indicaciones formales y de rasgos nocionales que, por un lado, parecen insuficientes, no ya si se enjuician desde planteamientos actuales, sino también si se comparan con el tratamiento dado a las funciones por Bello, medio siglo antes, o, desde luego, con las apreciaciones que expone Benot en sus textos. Por otro lado, también resultan, en ocasiones, incongruentes y dejan, en cualquier caso, al descubierto la indeterminación de las funciones sintácticas y su escasa presencia como categorías descriptivas operantes en la gramática.

Así, por ejemplo, tras definir el complemento directo como “cualquier palabra, precedida o no de artículo, en que termine la acción del verbo, con la preposición á ó sin ella” y que, además pueda “convertirse en sujeto de oración pasiva” (GRAE, 1888: 250–251), añade la Academia, en clara contradicción con la definición planteada líneas antes: “Por y de señalan también complementos directos cuando preceden al de una oración pasiva; como por ejemplo José fue acusado POR ó DE sus hermanos” (GRAE, 1888: 251).

Por lo que respecta a la imagen de la estructura oracional que proyecta la gramática académica, es preciso considerar, por un lado, que aún a fines del XIX la Academia no había incorporado a su sistema conceptual la noción de “frase”70 que hubiera permitido dar cuenta de las combinaciones de palabras —distintas, en su estructura, de la oración— que asumían en la estructura oracional una función unitaria.

Ciertamente, reconoce la Academia que tanto el sujeto como los complementos pueden ser “palabras” o “conjuntos de palabras”; en otros términos, reconoce que pueden ser “simples” o “compuestos". Pero ni plantea, ni puede inferirse de sus explicaciones, cuál es la estructura de esos elementos compuestos ni puede colegirse cuál es la aportación de los integrantes del conjunto —el artículo, los adjetivos, los complementos— a la composición del sujeto o de los complementos, ni, en cualquier caso, pese a las alusiones esporádicas a los términos compuestos, deja de ser la palabra la unidad de referencia cuando se habla del sujeto o de los complementos, como lo era en las relaciones de régimen en que se subsumían los diversos tipos de “dependencia” entre los elementos oracionales.

Puede ser ilustrativo sobre este aspecto que, por ejemplo, la Academia, según se habrá podido observar en el texto anteriormente transcrito, define el complemento directo como cualquier “palabra” en que termina la acción del verbo, pese a reconocer previamente que el complemento puede ser un “conjunto de palabras”, un elemento “compuesto".

Por otro lado, si la ausencia de la “frase” en la escala de las unidades gramaticales resulta contraria a la concepción de la oración como una unidad articulada y jerárquicamente organizada, tampoco las referencias de la gramática académica a la subordinación oracional coadyuvan a considerar la oración como una estructura integradora en la que puedan estar incorporadas otras unidades oracionales en calidad de constituyentes con una función unitaria.

Aunque en la sintaxis académica de fines del XIX se incluye entre las clases de oraciones la“oración compuesta” —“la que termina en otra ó depende de ella” (GRAE, 1888: 253)— la Academia es muy poco explícita acerca de la estructura de la oración compuesta y su tratamiento se ve afectado por las dos principales insuficiencias de que, según Calero (1986: 251–262), adolecen la mayor parte de las gramáticas de la segunda mitad del XIX: la indefinición de los mecanismos de la coordinación y la subordinación71 y la falta de una perspectiva sintáctico–funcional capaz de reconducir la oración subordinada a la estructura oracional en que se halla integrada.

En esta etapa de la sintaxis académica es la oración simple la que centra el interés de las gramáticas y la que, de hecho, sirve de base al tratamiento oracional72. En cuanto a la oración compuesta, la Academia casi se limita a mencionar su existencia, a dar indicaciones sobre el régimen verbal a través de las relaciones, no entre oraciones, sino entre verbo regente y verbo regido73, o a mencionar las clases que se pueden diferenciar tomando como referencia “los calificativos de los adverbios, de las conjunciones y de las preposiciones con que las oraciones suelen principiar” (GRAE, 1888: 253).

Si, tal como afirma Stati (1979: 45), constatar la correspondencia entre partes de la oración y proposiciones subordinadas conlleva poner en evidencia el carácter sistemático de las lenguas por medio de un argumento de naturaleza sintáctica, tal evidencia no se da, en absoluto, en la sintaxis académica de fines del XIX, puesto que no se asume la operatividad general de esa correspondencia74. Así, no habla la Academia, como sí haría Benot, de oraciones sustantivas —o, según su término preferido, “sustantivos–oración"— que asuman, como unidad, la función de sujeto, por ejemplo; como tampoco habla de oraciones adjetivas, de oraciones que, como un todo, complementen a un sustantivo asumiendo el papel sintáctico que, en otras construcciones, desempeña un adjetivo.

Por tanto, en la sintaxis académica, que no reconoce más unidades gramaticales que la oración y la palabra y no concede ningún estatus especial a la frase o a la oración subordinada; que no presta atención a las funciones y diluye las relaciones sintácticas en el régimen, concebido como una imprecisa “dependencia” entre pares de clases de palabras, la oración no se perfila como una estructura significativa ni como una unidad articulada, organizada en niveles integrados por unidades de diversa complejidad que componen un significado y asumen una función unitaria; ni el“enlace de las palabras", objeto de la sintaxis, puede percibirse como un proceso de construcción de sentidos inexistentes en las palabras aisladas.

En las gramáticas académicas anteriores a la reforma tripartita que se inicia en 1917, el tratamiento de la oración responde principalmente a un enfoque taxonómico —"vamos a manifestar cuáles y cuántas son las oraciones gramaticales” (GRAE, 1888: 245)— supuestamente agotadas, tras la exposición relativa a la construcción, el régimen y la concordancia las cuestiones referentes a la combinación, al“enlace” de las palabras.

Por lo demás, las características que se toman en consideración para clasificar las oraciones, las “fórmulas necesarias para la más oportuna expresión de los pensamientos” (GRAE, 1888: 245), dejan también patente la índole formal de la sintaxis “antigua", la escasa o nula relevancia de las estructuras propiamente sintácticas, así como la indeterminación del dominio de la Sintaxis y su dependencia respecto de las clasificaciones planteadas en la Analogía, en el tratado de las “partes de la oración” aisladas: la clasificación gira en torno al verbo, atendiendo, sin establecer diferencias de rango, tanto a rasgos morfológicos, en los que se subsumen las diferencias relativas a la modalidad75, como a categorías de orden sintáctico, tales como la transitividad, la pasividad, la reflexividad, la impersonalidad, resultantes del esquema oracional, pero que, a la manera tradicional, se presentaban en la Analogía76 como categorías propias del verbo. Así, si en la Analogía se distinguen “por su valor y oficios gramaticales y por otros caracteres y circunstancias” verbos activos o transitivos , neutros o intransitivos , reflexivos o reflejos , recíprocos , impersonales (GRAE, 1888: 61), y se diferencian como “modos” o “maneras generales de manifestar la significación del verbo” (GRAE, 1888: 63) “ infinitivo, indicativo, imperativo, subjuntivo ” (ibid.), en la Sintaxis se nos dice que “hay oraciones de verbo en voz activa, de verbo en voz pasiva, de verbo sustantivo, de neutro y de reflexivo, o recíproco; de modo imperativo o de infinitivo; de gerundio y de participio; impersonales y de relativo” (GRAE, 1888: 245).

Sólo secundariamente, en la medida en que supone la base anterior77, se clasifican las oraciones según ciertas características estructurales: la presencia o ausencia de complemento78, de lo que resulta la distinción entre “primeras” y “segundas", o la ya mencionada diferencia entre “simples” y “compuestas” que, si bien se enuncia tomando como base el ambiguo criterio del sentido, se establece atendiendo al número de verbos en la práctica79.

De todo ello se desprende una clasificación de carácter básicamente formal, en la que lo determinante es la presencia o ausencia de un elemento característico, mientras que los esquemas propiamente sintácticos carecen de relevancia.

La Sintaxis académica no puede ser, pues, considerada, como un tratado de las oraciones, de su estructura, de sus componentes, de las nociones específicamente sintácticas que implican relaciones entre unidades en el interior de una estructura que las engloba y les confiere propiedades que no tienen como unidades aisladas. Aún sigue siendo, fundamentalmente, una prolongación de la Analogía, del tratado de las “partes de la oración", sólo que ahora las “partes de la oración” son consideradas desde la perspectiva de su relación —de régimen, de construcción, de concordancia— con otras “partes de la oración” en combinaciones binarias.

De lo dicho puede colegirse que, en los textos académicos de la segunda mitad del XIX y en los que siguen su mismo esquema tradicional, la Analogía, que tiene por objeto la “presentación atomística”80 (Tusón, 1980: 43) de las “partes de la oración” “con todos sus accidentes y propiedades” (GRAE, 1888: 12), sigue siendo la parte nuclear de los textos gramaticales; que la “doctrina” de las “partes de la oración” aún se perfila como el artificio descriptivo del que pende la gramática y que la palabra continúa siendo la unidad básica, no ya de la Analogía, sino también de una Sintaxis subsidiaria de la Analogía, mínimamente oracional y escasamente evolucionada en lo que concierne al reconocimiento de unidades, categorías y relaciones vinculadas al desarrollo de una perspectiva sintáctica.

Clasificar las palabras, describir sus accidentes, aparece, pues, conforme al modelo “palabra y paradigma”, como la tarea principal de la gramática y, en consecuencia, como objeto prioritario del análisis gramatical practicado en la enseñanza; de ahí el enfoque “atomístico”, “vocablo por vocablo” “según estos se hallan catalogados en el léxico”, sin atender al “oficio” o a los “grupos de palabras”, que caracterizaba a la gramática de la Academia y que, en opinión de Benot, continuaba a fines del XIX“en todo su apogeo”, “predominando sin protesta” y “con obstinación inquebrantable” “en todas partes y sin excepción” (1904: 59–63), aun cuando, según sus propias palabras, fuera el medio más seguro “de que se perpetúe el desconocimiento de la gramática” (1904: 63).





Notas

66 Aunque, en la práctica, la existencia de una oración se identifique con la presencia de un verbo, puesto que también son oraciones las construcciones organizadas en torno a un verbo que forman parte de una 'oración compuesta', “la que termina en otra o depende de ella” (GRAE, 1888: 253).

67 Insignificante en las ediciones anteriores a 1870 y aún muy exiguo, si se compara con otros apartados, en la edición de 1870 y en las reimpresiones que, hasta la reforma tripartita, iniciada en 1917, se hicieron de ella.

68 La presentación de la oración como una red de funciones presupone ya un punto de vista selectivo desde una perspectiva funcional, aunque sobre ésta puedan proyectarse enfoques divergentes. Con independencia del enfoque concreto que se asuma, parece claro que cualquier aproximación a la oración que acepte su potencialidad comunicativa debe, como mínimo, tomar en consideración su estructura jerárquica, pues determina las relaciones de las que resultan significados “composicionales”.

69 La distinción tomaba como base la presencia o ausencia de preposición. Era “directo” el complemento que no iba introducido por preposición. Era “indirecto” el complemento encabezado por una preposición. El concepto abarcaba, por tanto, no sólo los complementos indirectos actuales sino también la mayoría de los circunstanciales.

70 Sí utilizada ya medio siglo atrás por Bello, como se indicó antes.

71 Según Moreno de Alba (1979: 5), “llama la atención, en una perspectiva histórica de la gramática, el hecho de que sólo tardíamente se haya atendido a la sintaxis y mucho después al análisis de la oración compuesta. Ello supone que los conceptos de coordinación y subordinación, así como los de conjunción coordinante y subordinante pertenecen a una época relativamente reciente”.

72 Aún en la edición de 1931, en la que, según reza la advertencia previa, la reforma más notable “que no podía aplazarse por más tiempo” (GRAE, 1931: 6) atañe a la sintaxis, según opinión de G. Rojo (1978: 41) “para la Academia la oración es fundamentalmente la simple. La compuesta es presentada casi siempre como un mero agregado de oraciones simples”.

73 En este sentido establece, por ejemplo: “la conjunción que, sirve á cada paso en las oraciones compuestas para enlazar los verbos que se llaman regido con los regentes [...] Ahora es preciso advertir en qué modo y en qué tiempo habremos de colocar en las oraciones algunos de los verbos regidos, lo cual depende del modo, tiempo y significación de los verbos regentes” (GRAE, 1888: 254).

74 Según Calero (1986: 261), la generalización en la gramática española de la práctica de “subdividir y denominar las oraciones subordinadas de acuerdo con la función desempeñada en el conjunto de la oración compuesta”, es posterior a la obra de Benot.

Según Moreno de Alba (1979), la primera formalización coherente de la composición oracional a través de los conceptos de coordinación y subordinación correspondería a la Gramática de la lengua de Cervantes de Cejador, publicada en 1905, aunque ya la cuestión hubiera sido atendida por Bello.

También Rodríguez Espiñeira y Rivas Muiño (1999) señalan que la Academia contaría con el trabajo renovador de Cejador para la edición de la Gramática de 1917–1920, en la que afianzaría la distinción entre subordinadas sustantivas, adjetivas, adverbiales.

Es preciso advertir, no obstante, que, como ha subrayado Lope Blanch (1994, 1995) (véase también Martínez Linares, 1988–89) la clasificación de las oraciones que, ya en los Breves apuntes (1888), hizo Benot, dividiéndolas en sustantivas, adjetivas y adverbiales“es la más importante y significativa aportación del gramático andaluz al progreso de la lingüística española” (Lope Blanch, 1994: 280).

75 Según Calero (1986: 249), el recurso a la modalidad como criterio de clasificación diferenciado sería más tardío.

76 Aunque, según Tusón, por ejemplo,“en pura morfología, no era posible habar de “activo”, y “pasivo”, o de “transitividad” o “intransitividad” para el verbo” (1980: 44).

77 Salvo el estatus de las de relativo, ciertamente no muy claro en la clasificación académica.

78 Cuyo origen, según Calero (1986: 237) “parece residir en la consideración lógica de la gramática, esto es, la presencia o ausencia de los términos “necesarios” para que la oración gramatical se corresponda paralelamente con el pensamiento que determina su clasificación”.

79 Aspectos todos estos que, según Stati (1979: 125 y sigs.) son característicos de las clasificaciones tradicionales.

80 Tusón, que, como se habrá observado, utiliza la misma calificación, “atomística”, que Benot, alude con ello a la organización de la Analogía como un tratado de las partes de la oración “aisladas”, que“sólo más tarde servían para componer oraciones”, a lo que añade: “lo lógico hubiera sido realizar el proceso inverso: examinar las oraciones y aislar o analizar sus elementos constituyentes”.





Volumen 23 (2006)
ISSN: 1139–8736