ISSN: 1139-8736
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1. 1. Oralidad y cotidianidad

La vida en sociedad ha requerido de un sistema eficiente de comunicación y ha sido precisamente el lenguaje lo que ha promovido la socialización. A la vez, es el lenguaje lo que distingue al hombre de los animales. Dentro de las formas de lenguaje, es la oralidad la forma más remota y a la vez la que se adquiere, individualmente, primero. La aparición de oralidad, como sistema de expresión, es muy antigua y se corresponde con otras características de la especie humana, tales como el andar erguido y el uso de instrumentos, todo lo cual data de alrededor de un millón de años (Halliday, 1989).

El lenguaje ha sido definido como un hecho social por ser exterior con relación a las conciencias individuales, en el sentido de que lo adquirimos como algo que ya existe cuando nacemos y porque ejerce una acción coercitiva sobre esas mismas conciencias, de modo que el adquirir una lengua y no otra modela de alguna manera nuestra forma de pensar (cf. Dürkheim, 1974,1993). Esto implica, para nuestra concepción de la oralidad, que ella sólamente puede darse cuando existe un oyente individual o colectivo, real o virtual. También implica que la lengua es dinámica y cambiante; Sin embargo, este cambio se da en el colectivo y no por la acción de un solo individuo.

La oralidad es un sistema simbólico de expresión, es decir un acto de significado dirigido de un ser humano a otro u otros, y es quizás la característica más significativa de la especie. La oralidad fue, entonces, durante largo tiempo, el único sistema de expresión de hombres y mujeres y también de transmisión de conocimientos y tradiciones. Hoy, todavía, hay esferas de la cultura humana que operan oralmente, sobre todo en algunos pueblos, o en algunos sectores de nuestros propios países y quizás de nuestra propia vida. Pensemos, por ejemplo, en la transmisión de tradiciones orales como la de los cuentos infantiles en Europa, antes de los hermanos Grimm, o en la transmisión de la cultura de los páramos andinos en Venezuela, o en las culturas indígenas del país. Aún para los habitantes de la ciudad, la transmisión de muchas esferas del saber se da por vía oral: los conocimientos culinarios son una de ellas, a pesar de haber innumerables libros dedicados a la enseñanza de la cocina. Prueba de ello es, quizás, la proliferación de los programas televisados sobre este particular.

Para Casalmiglia y Tusón (1999), la función social básica y fundamental de la oralidad consiste en permitir las relaciones sociales, pues la mayoría de las actividades cotidianas se llevan a cabo a través de la oralidad; tanto que las relaciones se interrumpen cuando se deja de hablar a alguien (Casalmiglia y Tusón (1999:29)). Sin embargo, y a pesar de lo anteriormente dicho, la escritura es el sistema de expresión que mayor prestigio tiene, sin tomar en cuenta que los conceptos de oralidad y escritura hacen referencia sólamente a dos modos distintos de producción del lenguaje, cada uno con sus características y sobre todo con sus normas propias de funcionamiento. Ong (1987) señala el hecho de que se considera prehistoria a todo aquello que sucede antes de la aparición de la escritura. Por ello, al proponernos el estudio de la oralidad llevamos con nosotros el prejuicio que implica el proceder de culturas escritas, o de culturas no sólo orales.

El hecho de haber nacido en un medio en que la escritura es parte de nuestra cotidianidad nos confiere una determinada estructura cognitiva de la que no podemos deshacernos para comprender cabalmente la oralidad. En otras palabras, a pesar de nuestros esfuerzos científicos por abarcar la oralidad, no estamos limpios del vicio de la escritura. Ello tiene muchas desventajas, pero tiene también una ventaja desde una visión etnográfica y es que el proceder de la otra cultura, de la cultura escrita, nos permite cierta distancia para estudiar la cultura oral. A los lingüistas nos persigue particularmente el estigma de las definiciones de la oralidad como lo secundario, como lo imperfecto.

Algunos de estos prejuicios se relacionan con el proceso mismo del estudio de la lengua. Para estudiar el lenguaje distinguimos, desde Saussure, entre lengua y habla: la primera social en su esencia e independiente del individuo y la segunda, individual. La primera, un producto que el individuo interioriza pasivamente y la segunda, un acto de voluntad y de inteligencia, de creación. El conocimiento de la lengua no puede llevarse a cabo sin un proceso de abstracción; para el conocimiento del habla, del uso tanto oral como escrito, tenemos datos concretos. Es por esta razón, pienso, que cuando hablamos de escritura tendemos a confundir o bien a relacionar la escritura con la lengua, por el prestigio que tiene esta última, olvidándonos que tanto oralidad como escritura son facetas del habla, no de la lengua, porque son instancias del uso del lenguaje.

La abstracción de la competencia lingüística nos lleva a postular la perfección del lenguaje, simplemente porque el análisis lleva a la simplificación y la generalización que realizan tanto los lingüistas como los niños, es decir la búsqueda del sistema subyacente de las reglas del lenguaje. Chomsky por ejemplo, define el uso de la lengua como inacabado con respecto a su conocimiento, debido al cúmulo de hesitaciones y errores que cometemos. Distingue así entre la competencia, el conocimiento que el hablante-oyente tiene de su lengua y la performancia, el verdadero uso del lenguaje en situaciones concretas. Solamente en casos ideales, sería la performancia reflejo ideal de la competencia (Chomsky, 1965:4).

Por alguna inexplicable confusión, la escritura toma el lugar del sistema en la mente de algunos investigadores y no se sitúa en el lugar que le corresponde, es decir, como una de las facetas del habla. De modo que, la escritura, por estar despojada de una serie de características que provienen del sonido, como son por ejemplo la entonación, el ritmo, las pausas y otros que forman parte del sistema de la lengua, se interpreta como lo perfecto, y la oralidad en lo imperfecto, problemático y difícil de estudiar.

Un ejemplo de esto es la idea de juntura en fonética. Se define juntura como una pausa brevísima, imperceptible, que une dos "palabras" de la lengua. Se diferencia que eso me gusta de queso me gusta, porque evidentemente hay dos estructuras subyacentes distintas. Sin embargo, no hay que olvidar que lo que percibimos es un alargamiento vocálico y acentos distintos, quizás, pero la "juntura" en sí, la unión de dos palabras, se da porque la escritura nos dice que hay elementos separados que en el sonido están juntos; porque tomamos lo abstracto como el material primario. En otras palabras, el que junta o une es el analista, no el hablante. Para él los elementos no se unen, están ya unidos.

Como señala Blanche-Benveniste (1998) la descripción del lenguaje oral no es posible sin lo escrito, ya que mal podemos recordar grandes fragmentos de oralidad sin recurrir al otro sistema. Además, porque el procedimiento de descripción tiñe de escritura la gramática que elaboramos de la lengua oral. Las categorías que atribuimos a la oralidad están transferidas de la escritura, sin que se adecuen a menudo para describirla. Halliday, por su parte, afirma que "estamos tan rodeados de la lengua escrita que apenas podemos concebir la vida sin ella" (Halliday 1989:40, mi traducción).

Con relación a la supuesta imperfección de la oralidad y lo acabado de la escritura, Blanche-Benveniste propone que los inacabamientos, titubeos, repeticiones, etc. que pudieran aparecer a primera vista como apuros de la producción pueden ser más bien reveladores de funcionamientos esenciales de la lengua (Blanche- Benveniste, 1998: 28).

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